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Una nueva adicción: Ver series de televisión por Internet


Ayer, una exalumna en Facebook se quejaba de algo que yo he sentido también: su serie favorita había llegado a su fin y ella sentía un vacío en su vida. Le escribí apoyándola y diciéndole que me solidarizaba con su problema, que yo también había pasado por ese drama.

Como ya lo había escrito cuando me refería a la serie “Breaking bad”, desde hacía años yo no miraba televisión en serie, o mejor dicho, desde que era niño o adolescente no me había vuelto a fijar en algún programa de T.V en especial. Creo que “Alf” fue lo último que seguí con cuidado.

Últimamente de unos seis años para acá he sido fan de la comedia “The big bang theory”, y pare de contar. Sin embargo, por puro morbo me vi en la tarea de mirar todos los capítulos de todas las temporadas de aquella serie que mostraba a un profesor de química que se convierte en narcotraficante.

Cuando la serie terminó experimenté un vacío en mi vida y comencé a revisar qué series estaban de moda o eran populares para llenar ese vacío ¿existencial? En efecto, comencé a ver “Game of thrones”, “House of cards”, “Mad men”, “Orange is the new black”, “Homeland”, “Mozart in the jungle” y muchas otras.

Siempre me pasa lo mismo, cuando acaba la bendita serie siento esa desazón que describía mi exalumna en Facebook, ¿y ahora qué hago? ¿Qué serie será buena? ¿Qué rumbo cojo? ¿Qué será de mi vida? Me he tomado el atrevimiento de preguntar, de que me hagan recomendaciones y efectivamente me las han hecho, series de todos los pelambres, para todos los gustos.

La adicción a las series de televisión que pasan por Internet es nueva, por lo menos para mí. Cuando era niño veía mucha televisión, pero con el tiempo esa afición se fue diluyendo por otras aficiones: el fútbol, la música, la radio, la lectura, caminar, etc. Yo creo que tener la oportunidad de ver más de un capítulo en el mismo día, cuando uno quiera y tener la oportunidad la repetirlo es lo que genera esa adicción.

Obviamente que no he dejado la lectura, ni mi gusto por caminar o por escuchar música, pero, tengo que reconocerlo, cada día busco una nueva serie, pregunto por aquí y por allá, veo rankings, escucho chismes. Empiezo a ver series pero no todas me enganchan, no todas me gustan, no todas llenan ese vacío interior. Veo el primer capítulo, algunas ni siquiera pasan esa primera prueba; otras llegan al segundo, otras incluso al tercero, pero ni modo cuando la serie es regular es regular.

No todas las series son buenas ni están diseñadas para que a mí me gusten, me obsesionen, me calmen esa ansiedad. Muchas son muy infantiloides, muchas son muy cool, muchas son muy pendejas, muchas tienen guiones regulares, muchas son despedidoras. Encontrar una buena serie es un placer que no tiene comparación. Esperar la siguiente temporada de las que ya me han enganchado es desesperante.

Creo que esta es una nueva adicción, la nueva adicción del siglo XXI: ver series en Internet, o incluso por T.V. Cuando era niño habían muchos programas que me generaban esa afición, pero los capítulos solo los daban una vez por semana; uno –si no tenía betamax o vhs- no los podía ver cuantas veces quisiera, y lo peor, que no se podían ver dos, tres o cuatro, o hasta cinco capítulos en el mismo día. Tocaba tener paciencia.

Si alguno o algunos de los que están leyendo este escrito me quieren ayudar, pueden aconsejarme series, pero que sean buenas. Las más populares ya las he visto, otras que son para adultos no me engancharon, y otras simplemente no van con mi temperamento. Podemos crear un club, una asociación de “Aficionados a las series de televisión anónimos” como los alcohólicos, aunque con todo respeto yo sé que ese mal sí que es una enfermedad, solo estoy haciendo una broma exagerada. Lo mismo pasa con otras adicciones crueles y demenciales, como la droga, la adicción al sexo, o a los tranquilizantes.

No, esto simplemente es una chanza, es una forma de decir que nuestra televisión ha cambiado, que el siglo XXI ha traído nuevas aficiones y nuevas enfermedades asociadas a esas aficiones.

En serio, ¡recomienden series! 

La pornografía: ¿moral o inmoral?


En los articulistas, ensayistas o columnistas de opinión siempre está presente una tentación: la de juzgar, la de pontificar. En este caso, se trata de hablar de la pornografía. Todos los hombres –creo que sin excepción- por lo menos un vez en la vida, hemos visto una película porno, una escena porno, o una fotografía de sexo explícito. Por eso, juzgar esto es difícil sin caer en el doble moralismo, en la hipocresía, en la pacatería.

La pornografía, en las épocas de mi infancia y de mi adolescencia, era todo un tabú; era difícil tener acceso a esta. Hoy, la pornografía está disponible en internet para todo el mundo, para adultos, para jóvenes y hasta para los niños. La pornografía es de fácil consumo (aunque esta palabra suena horrible), sí porque eso es lo que pretenden los que hacen pornografía, que se consuma, que se venda, que se contemple, que se observe, ¿para qué? Para ganar plata.

Según las estadísticas de los estudios de internet, más o menos la mitad de las visitas a las páginas web son a sitios de pornografía. ¡La mitad! ¡Imagínense! Millones de visitas o miles de millones de visitas diarias a internet son para ver sexo explícito.

El morbo vende, el ser humano por instinto, por curiosidad, por placer, o por necesidad, se ve tentado al voyerismo, a ver a otros hacer el sexo. No es una novedad, no es algo propio de nuestra época, siempre han existido estas conductas voyeristas; lo que sí ha variado es el medio para satisfacer esta inclinación. Los clubes nudistas, las casas de lenocinio, siempre han existido; contemporáneamente se han publicado las revistas porno, y se han filmado películas donde se muestra sexo explícito.

¿Es moral la pornografía? ¿El acto de ver pornografía es moral? ¿Le causa un mal a alguien ver pornografía? Podríamos decir que en principio no, aunque la pornografía infantil sí es inmoral y debería ser proscrita totalmente. ¿Qué de malo hay cuando se ve una película porno, de personas adultas que voluntariamente hacen el amor en frente de una cámara? ¿Hay algún mal? Si hay personas adultas que se desnudan en frente de una cámara y hacen el amor, en principio no le están causando un mal a nadie.

Sin embargo, si se mira desde un punto de vista artístico la pornografía es repetitiva, monótona, mecánica, falta de creatividad. En la pornografía se muestra lo mismo, gente haciendo el sexo, punto. No hay nada nuevo, novedoso. 

Eso por este lado; ahora bien, ¿qué efecto puede tener la pornografía en el usuario de esta? He leído varios estudios supuestamente científicos; en unos se dice que la pornografía podría causar daños cerebrales en los que la miran; otros estudios afirman que la pornografía podría causar daños, pero en el aparato sexual. No sé, no me consta, me parece que estos supuestos estudios son demasiado extremos, creo que llegan a conclusiones exageradamente calamitosas.

La pornografía sirve como desfogue, como catarsis, como escape, como purga de una serie de deseos insatisfechos; el que mira pornografía lo hace porque lo necesita. ¿Es un pervertido? ¿Es un enfermo? Creo que todos los seres humanos estamos un poco enfermos de la cabeza, si no miremos lo que sucede en el mundo: guerras, terrorismo, explotación, avaricia, pobreza, injusticia, etc. La enfermedad mental del hombre me parece que es un fenómeno más general de lo que se piensa; no solo los que están en los manicomios padecen la locura.

La pornografía infantil es otro cuento, sí le causa una lesión a alguien, ¿a quién? A los niños que participan en esas películas, ya que en muchas ocasiones su libertad se ve coartada al “actuar” en estas cintas, no hay una voluntad plenamente constituida. La pornografía infantil debe ser prohibida con vehemencia, los Estados deben tomar medidas drásticas contra esta.

De otro lado, la pornografía que hacen los adultos, inofensiva, vista de manera superficial es el resultado de una serie de problemas que aquejan a nuestra sociedad, los cuales se deben solventar para disminuir su impacto en el ser humano que consume pornografía. Como siempre la pobreza es uno de los gérmenes de estas prácticas; muchas estrellas porno se han dedicado a esto por falta de oportunidades en otros campos de trabajo y se han tenido que desnudar frente a una cámara para sobrevivir. No se presenta esto en todos los casos, pero creo que sí es una de las causas. Una sociedad que vive de la pobreza lleva a mucha gente a tomar medidas desesperadas: dedicarse al crimen, a la aberración, a la humillación, al exhibicionismo, porque es eso o morirse de hambre.

La pornografía es el efecto de una desviación de nuestra sociedad actual; de la soledad en la que vivimos, de la pobreza en la que muchos viven, y sobre todo, de la falta de felicidad de nuestros congéneres. La pornografía genera un placer superficial en sus consumidores; es por esto que si se estimulan otras actividades, se desviará la atención sobre la pornografía. El arte, la pintura, la música, la filosofía, el deporte, la literatura, etc; son actividades que deben estimularse con mayor decisión para restarle importancia a una industria de cuestionables finalidades morales. La pornografía también está ligada de manera indirecta a otros fenómenos mucho más complejos como la trata de mujeres, la explotación sexual, la prostitución, el proxenetismo, y lo peor: al maltrato a los niños, cuando ellos aparecen en esas películas de sexo explícito.

El éxito de la pornografía en internet es inmenso, es todo un suceso. Es probable que muchas de las personas que participan en esta industria no tengan la intención de causarle un mal a alguien, todo lo contrario, tal vez quieran darle un rato de esparcimiento a un montón de gente que necesita ver pornografía para hacer menos miserables sus vidas. Sin embargo, es necesario que nuestra sociedad estudie con seriedad los fenómenos que corren en paralelo con la pornografía y que sí están dañando a otras personas; también es necesario que nuestra sociedad se pregunte por qué esas películas llaman tanto la atención, y por qué tanta gente las “consume”. ¿No será mejor estimular otras actividades, como ya lo expuse? Hacer de nuestra sociedad un grupo humano más feliz, donde haya más interacción basada en el respeto, en el amor, en la fraternidad, y no tanto en sexo virtual. No critico a quienes ven pornografía (que hacen adultos, la infantil sí es infame), sin embargo, ¿no sería necesario que todos nos preguntemos sobre lo que está pasando? ¿Sobre por qué este fenómeno es tan fuerte y tan generalizado? Llamo a  la sana y serena reflexión.  

El ciberactivismo

¿Se pueden generar cambios en el mundo utilizando los modernos medios electrónicos de comunicación? ¿Es posible? En mi opinión, sí.

La influencia de los medios de comunicación –en general- sobre la cultura, sobre la sociedad, es notoria. La radio, la televisión, los periódicos, los libros, el cine, han generado cambios en la forma de pensar de la gente en el mundo entero; y no lo digo yo, lo dicen multitud de estudios sobre este tema.

Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre estos medios tradicionales de comunicación y los modernos, más exactamente los electrónicos? Pues, que a través de la internet, de los teléfonos móviles, de los iPads, de los iPods, de las tablets, y en general, de todos estos artilugios que hoy en día invaden nuestro mundo, la gente común y corriente puede comunicarse con muchas personas en poco tiempo, y utilizando pocos recursos.

Los comunicadores llaman a esto “la democratización de los medios”, como si antes solo existiera una tiranía o una dictadura. Uno de estos ejemplos de “democratización de la información” son los blogs; las páginas webs personales que utilizan las personas para hablar sobre diferentes temas: política, arte, cine, literatura, farándula, cocina, etc. En estos blogs otras personas intervienen con sus opiniones, generando una conversación o intercambio de posiciones.  

Antiguamente los medios de comunicación estaban en manos de emporios, empresas, grupos económicos o simplemente eran monopolios informativos. Hoy en día las cosas ha cambiado; cualquiera puede abrir un blog, una página web, un canal de videos, una emisora o simplemente dar su opinión en redes sociales como Twitter o Facebook.


Los medios tradicionales compiten con los medios alternativos. Obviamente, muchos de estos medios de comunicación masivos todavía siguen en manos de poca gente, y gran parte de la información todavía está en poder de esas pocas personas. Sin embargo, la opinión pública mundial está haciendo uso masivo de esos nuevos artilugios electrónicos y está creando nuevos contenidos.

Dentro de esos nuevos contenidos está el del ciberactivismo; el de promover causas políticas, ecológicas, filantrópicas, culturales, filosóficas, etc, a través de estos nuevos medios de comunicación que utilizan las nuevas tecnologías.

Algunos, como el escritor Paulo Coelho, piensan que esto no es tan impactante, tan preponderante. ¿Dar un click en un “me gusta” de una foto de Facebook puede provocar una consecuencia masiva? ¿Retwittear un mensaje puede generar un efecto colectivo? Eso depende; en gran medida como todo medio de comunicación el alcance del mensaje está relacionado con el radio de influencia de ese medio de comunicación; no es lo mismo un tweet de Lady Gaga y un tweet mío, porque mientras a la famosa cantante la siguen millones de personas, a mí solo me siguen miles. De otro lado, hay tópicos más populares que otros; por ejemplo, el tema político genera más controversia que el filosófico o el ecológico.

Pero creo que sí; el ciberactivismo llegó para quedarse, la gente se está pronunciando a través de los blogs, de Facebook, de Twitter, de Youtube, etc. Incluso, movimientos políticos como el de la “primavera árabe”, donde varios países sufrieron estremecimientos de masas populares en las calles -que llamaban a un cambio de régimen de poder- se convocaron en gran medida gracias al Twitter y al Facebook.

Hoy en día hay miles de campañas de todos los tópicos en internet. Las hay políticas, ecológicas, culturales, filantrópicas, etc; creo que estas generan una opinión sobre ciertos temas, y creo que esas opiniones terminan produciendo efectos en la vida real a través de marchas, protestas, donaciones de dinero, votos a tal o cual candidato, ayudas, o iniciativas legislativas y gubernamentales.

El ciberactivismo puede ser manipulado por los grandes poderes políticos, económicos y sociales. Sin embargo, esa es una muestra de que sí ejerce una influencia. Las personas comunes y corrientes pueden iniciar campañas sobre X o Y tema de manera libre –aunque en ciertos países ya se está restringiendo el uso del internet-, y de cierta forma generar conductas en otros individuos para modificar un hecho social.

Obviamente, el ciberactivismo no basta, y creo que esta es la crítica que sobre el asunto hace el escritor Paulo Coelho. Yo no puedo pensar que únicamente el mundo va a cambiar porque hay cierta campaña en Facebook o en Twitter; ya que esas campañas deben estar acompañadas de actividades y hechos en la vida real. Si la campaña se queda en el mundo virtual no hay eficacia verdadera. Sin embargo, aún así, podemos pensar que el ciberativismo va dirigido a la mente del hombre, del individuo; y también podemos pensar que allí, en su cerebro (en su psiquis), estamos produciendo unos efectos que tendrán tarde o temprano consecuencias en el mundo real.


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La Internet: una nueva forma de vida


Cuando yo estudiaba derecho en la universidad, y teníamos que leer alguna sentencia de la Corte Suprema de Justicia, era necesario ir hasta la sede de dicha alta corporación. Buscábamos la sentencia en unos librotes, después llevábamos el librote para sacarle fotocopia, y luego devolvíamos el mamotreto. Conclusión: invertíamos casi una tarde en dicha operación. Lo mismo nos ocurría con una nueva ley, decreto, o norma jurídica relevante para nuestro aprendizaje.

Estudiar en la era pre-internet era complicado; era el mundo de las enciclopedias, de los libros de texto, de las tarjetas bibliográficas, de los viajes vespertinos en día sábado a las bibliotecas públicas en compañía de la mamá. Era complejo, no lo podemos negar.

Hoy en día la cosa ha cambiado. La Internet nos ha transformado la vida. La información se consigue muy fácil. Consultar una sentencia e imprimirla en papel es una operación que no lleva más de diez minutos; lo mismo pasa con las leyes, con los decretos, o con cualquier documento académico publicado en la red. Estudiar hoy en día es más fácil por el acceso a la información y a los datos. 

¿Quiénes gozan más con este adelanto tecnológico? Yo creo que la franja de personas que están actualmente entre los treinta y los cincuenta años son quienes más disfrutamos de este artilugio, ¿por qué?

Quienes superan los cincuenta años de edad eventualmente saben manejar un computador, o una tablet, o un teléfono móvil, sin embargo, la relación de las personas mayores con la tecnología no es tan apacible. Hay cierta guerra secreta entre las personas mayores y la tecnología, qué le vamos a hacer. Yo creo que estas personas se criaron desde pequeños en un mundo no tan tecnológico, más rústico, más apacible, con aparatos menos sofisticados y más simples. La tecnología actualmente abochorna incluso a los más jóvenes por este mismo motivo. Las personas mayores utilizan la tecnología como una necesidad, pero su experiencia no es placentera. Eso sin contar con las personas de la tercera edad, quienes simplemente –y en muchos casos- detestan la tecnología y no les importa entender la Internet o el funcionamiento de los nuevos artilugios tecnológicos.

Los menores de treinta años, los jóvenes, los adolescentes y los niños, son los llamados “nativos digitales”, aquellos que nacieron y crecieron con el desarrollo de la Internet. Estas personas ven este adelanto como algo natural, como algo que siempre ha estado en sus vidas. Como para nosotros, es normal el agua, el teléfono, la luz eléctrica; para los nativos digitales, la Internet siempre ha estado ahí. No la disfrutan tanto como nosotros, los de mi edad. ¿Por qué? Porque no es sorprendente para ellos, porque nunca vivieron la era pre-internet, porque no se perdieron en las enciclopedias, y porque nunca han tenido que ir con la mamá un sábado a la biblioteca pública. La Internet –para los nativos digitales- es como el Sol, la Luna, o las estrellas; hace parte de la decoración desde que nacieron, o desde que crecieron. La facilidad en el manejo de la tecnología para ellos es elemental, es manifiesto; los artilugios electrónicos son una prolongación del cuerpo para esta gente. Por eso mismo, no hay sorpresa, no hay emoción, no hay asombro.

Para quienes ostentamos un rango de edad entre los treinta y los cincuenta años, la Internet es un milagro. Vivimos la era pre-internet, y manejamos estos adelantos con dignidad, con decoro. No hay esa guerra que tienen los mayores con los aparatos, pero tampoco vemos a la tecnología como la luz, el agua, o el teléfono. Yo me sorprendo siempre, cuando entro a navegar por la red; cuando puedo ver un video en línea, o escuchar una canción, o leer un libro en la pantalla de mi computador –u ordenador como dicen los españoles-. Los maduritos gozamos con la Internet, más que los mayores y más que los jóvenes. Es un regalo de Dios para las generaciones que gozamos los 70, o los 80, e incluso los 90.   


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La era de la tecnología y la libertad en peligro


Edward Snowden, el excontratista de la CIA y de la NSA, confesó algo que muchos ya sabíamos: los gobiernos espían de manera industrial a sus ciudadanos. Para muchos fue motivo de preocupación, y de indignación, para otros –como yo- simplemente fue la confirmación de un secreto a voces.

Actualmente nos encontramos en una era tecnológica, llena de avances informáticos. La vida del hombre ha cambiado radicalmente desde que se popularizó la Internet, y el retorno a una vida simple –sin peligros de invasión a la privacidad- es un asunto casi que imposible.

No hay reverso, la era tecnológica se ha impuesto y de la peor forma: ofreciendo y seduciendo –como la manzana que le ofreció Eva a Adán- de manera agradable, placentera. Nadie utiliza la tecnología con sufrimiento, con dolor, al contrario, todo es bonito, perfecto, llamativo, colorido, y satisfactorio.

La tecnología se nos ofrece como una solución a nuestros problemas cotidianos, como una suerte de panacea utópica donde todo depende de adquirir el aparato más avanzado y de última generación. La era de la tecnología se nos ha impuesto a las buenas, y somos nosotros –los ciudadanos- los que la estamos impulsando con nuestro consumo de artilugios electrónicos.

La parte fea de esta feliz historia ha resultado inquietante, sin embargo, la mayoría sopesamos lo bueno y lo malo y terminamos con una conclusión positiva hacia la tecnología: la necesitamos. Todos esos espionajes electrónicos no son nada comparados con el provecho que obtenemos de la tecnología. Así que sigamos.

Los gobiernos nos espían a todos, no solo a los terroristas, a los malhechores, a los bandidos, a los famosos, a los artistas, a todos, es a todos, y eso es lo más grave de las revelaciones de Snowden.

Como todo tiene un precio, el costo de esta era tecnológica, o de la utilización de estos placenteros artilugios, es la pérdida relativa de la libertad. Nuestra intimidad está expuesta, ¿ante quién? ¿Quiénes nos espían? ¿Para qué? ¿Qué saben de nosotros? ¿Con qué fin? ¿Luchar contra el terrorismo? No lo creo.

El sistema humano de dominación está entrando en un peligroso camino sin retorno, los que obtengan la llave maestra de la Internet y de todos estos chips que nos rodean por todos lados, se convertirán en los amos y señores de nuestra vida. La libertad, o nuestra libertad, estará en manos de ellos, y podrán hacer con nosotros lo que quieran. ¿Estoy exagerando? Yo creo que no, porque esta era tecnológica se profundizará, y lo que hoy vemos en etapa de nacimiento y de crecimiento lo veremos madurar con los meses y con los años, y cuando esto ocurra, simplemente nos moveremos en una enmarañada red de circuitos y de redes que nos tendrán atenazados por nuestra propia voluntad. Ya no será posible salirnos de eso.

Como la tentación de Eva a Adán con la manzana, la tecnología se nos ha exhibido como algo “cool”, “nice”, “light”, (perdón por utilizar estas expresiones que suenan banales), y hemos caído en la trampa de depender de ella. Todos tenemos teléfono celular, todos utilizamos la Internet, todos tenemos e-mail, todos tenemos cuenta en Facebook, muchos utilizan el Twitter, el Instagram, el Pinterest, etc, etc. Estamos registrados en la Red hasta la médula, nuestros datos circulan por ahí, como si nada, y no sabemos quién la está registrando, y utilizando, y no sabemos con qué propósitos.

Ahora bien, muchos dirán que no pasará nada, y que todo está bien, pues no, Snowden simplemente alertó sobre la punta del iceberg, pero lo que ese está  moviendo en el fondo es grande y vertiginoso. Somos seres de carne y hueso que tenemos prácticamente una réplica virtual en la Red. Todos nuestros datos, nuestras comunicaciones, nuestros rastros en la Internet, simplemente generan un doble o un avatar electrónico, informático. Ese doble virtual es nuestra huella en la Red, y es nuestra vida en el mundo, o en el Nuevo Mundo, donde todos estaremos conectados a una central que vigilará nuestros pasos. 

El apocalipsis no llegará desde el cielo, no bajarán los ángeles de Dios enfadados con el hombre. No, lo que ocurrirá es que la especie humana se auto-esclavizará, se auto-limitará. El sistema humano de dominación llegará al cenit, y con él también su declive. Comprenderemos que hemos vivido de forma artificial, y que la máxima artificialidad (el mundo virtual) solo nos dejará una profunda crisis debido a haber corrompido el espíritu humano, que es libre, creativo, compasivo, y cooperador. Los portadores de la llave maestra de la tecnología se darán cuenta que han cometido un error, y es uno muy simple: todo lo que ha servido y servirá para esclavizar, también será la herramienta que servirá para emanciparnos. El ejemplo de esto último es este artículo que ha sido escrito utilizando tecnología informática, y que se está publicando en la Red.


El futuro de los periódicos


La semana pasada asistí a una conferencia con el director del periódico The Washington Post. Básicamente se habló de lo mismo; la competencia con la Internet, la caída en la pauta publicitaria, la ética de los medios de comunicación, la relación de esos medios con sus dueños, etc. Prácticamente sólo se tocaron lugares comunes. Sin embargo, me parece interesante abordar un tema –que también está un poco trillado-, el del futuro de los periódicos.

Hasta hace algunos años –diez o doce, por lo menos- los periódicos parecían ser empresas muy fuertes con un alto poder mediático. En todo el mundo ciertos medios de comunicación escritos tenían un aura de imbatibilidad, de fortaleza, nada les podía hacer daño, hasta que la Internet los doblegó. En los últimos tiempos varios periódicos han sido cerrados, o vendidos, o se han transformado en plataformas digitales con una naturaleza comunicacional muy diferente de la original. Los periódicos de papel están en crisis, la gente quiere leer las noticias en sus computadores personales, en sus Ipads, en sus tablets, o en sus teléfonos personales. El periódico de papel cuesta, y la gente quiere todo gratis y fácil. Esto lo ofrece la Internet: gratis y fácil. La consecuencia es que los anunciantes han emigrado a otros medios de comunicación, incluso la Internet.

¿Qué pasará con los periódicos de papel? El director del Washington Post afirmaba en aquella conferencia que a pesar de todo había mucha gente que seguía comprando periódicos y que eso bastaba para mantener el negocio. Hace algunos años, en Colombia, otro director de otro periódico, también afirmaba lo mismo: hay gente que sigue comprando periódicos, y por lo tanto no nos da miedo la Internet. El papel sigue prevaleciendo. En el futuro, ¿esto continuará así? Me temo que no, y esto también se aplicará a los libros.

Hoy en día la gente sigue comprando periódicos de papel, y libros de papel, por una razón muy simple: la facilidad para leerlos. Pero, las tablets o tabletas digitales ya están desbancando esa supuesta facilidad de lectura. En una tableta digital se pueden guardar miles de libros, como lo hacen los Ipod o los MP3 con la música. Allí se pueden leer con facilidad esos textos, y por lo tanto, el papel sí está amenazado por el medio digital, yo diría que seriamente amenazado. Lo que ocurre es que las tablets, o las tabletas digitales todavía no son de fácil adquisición por los usuarios. Un Ipad puede costar quinientos dólares, y una tableta análoga puede estar entre los doscientos y los trescientos dólares. Es por esto que la gente común y corriente sigue comprando libros y periódicos. Sin embargo, cuando las tablets sean de fácil adquisición los libros y los periódicos de papel tendrán sus días contados, serán cosa del pasado, y sólo los encontraremos en los museos y tiendas de antigüedades.

Esta situación ya ocurrió con la música, los acetatos, los casetes, y hasta los CD’s fueron reemplazados por la música que se encontraba en la Internet; hoy en día muy poca gente compra música en las habituales tiendas, prácticamente nadie lo hace. Lo mismo sucederá con los periódicos y con los libros de papel, siento decirlo. Cuando comprar una tableta digital sea tan fácil como adquirir un MP3 o un reproductor de música cualquiera, los libros y los periódicos pasarán a ser cosa del pasado.

Obviamente la gratuidad siempre será llamativa, es por eso que muchos periódicos se están regalando en las calles, y la publicidad posiblemente emigre hacia esos periódicos gratuitos, que se cierta forma compiten con la Internet por esa misma gratuidad. Pero no nos digamos mentiras, un periódico de papel no puede ofrecer la misma información que una página digital. En la página digital podemos encontrar audios, videos, enlaces, más datos, fotos, interactividad, etc. El periódico de papel se presenta muy precario.

Yo pienso que los periodistas, los comunicadores, deben aceptar que la Internet es el futuro irremediable. Cuando la Internet sea más avanzada, y salgan al mercado nuevos instrumentos tecnológicos para acceder a ella, allí no habrá cabida para el medio de papel. Tenemos que aceptar esa realidad, lo mismo ocurrirá con los libros. Es cierto, el libro en sí mismo es una obra de arte, por el diseño, por la letra, por la forma en que se empasta, etc. Sin embargo, el formato digital es más barato, más ecológico, y tiene mayor facilidad de consulta. La industria editorial y periodística debe asumir esta realidad de una vez por todas, sin ambages, sin prejuicios, sin resistencias al futuro. Los nuevos consumidores de información y de literatura – los jóvenes y los niños, los nativos digitales- verán el periódico y el libro de papel como un medio poco práctico, y poco atractivo. Todo el mundo en unos años tendrá una tableta digital –o muchas- en su casa, en su lugar de trabajo, en la calle, en la oficina, en todos lados. Esta realidad es irreversible, hay que adaptarse a ella.

Los nostálgicos del papel periódico y del libro asistiremos a museos, a bibliotecas públicas, y a tiendas de antigüedades, para comprar esas rarezas del pasado, pero cada vez serán menos. En cincuenta o sesenta años, los libros y los periódicos de papel serán como los papiros que utilizaban los antiguos para comunicarse. Estarán exhibidos en los lugares dedicados al pasado, siento decirlo. La única opción es adaptarse y aceptar la realidad, el presente. Seguir tapando el sol con un dedo es lo peor que se puede hacer. La creatividad es una necesidad para los periodistas y para los comunicadores, es su única opción para no sucumbir a los nuevos aires, y a los nuevos tiempos.          

    

Estamos chuzados


Las revelaciones del ex agente de la CIA Snowden, cayeron como baldado de agua fría para los ingenuos. Sí, porque sólo los ingenuos eran los únicos que todavía pensaban que los servicios de inteligencia eran respetuosos de la privacidad y de la intimidad de los ciudadanos.

Hace algunos años yo pregonaba como loco en el desierto que todos nuestros equipos compuestos por chips eran susceptibles de ser rastreados, monitoreados, e intervenidos. Las respuestas eran: “Pacho estás loco”, o “sólo chuzan a la gente importante”. Pero no, el ex espía de la NSA reveló que todo el mundo estaba bajo la lupa de los cuerpos de seguridad, no sólo los terroristas, o lo bandidos, o los lavadores de dinero, o las celebridades. Todos estamos chuzados.

El escritor George Orwell publicó la novela “1984” a principios del Siglo XX. En esta historia “El Gran Hermano” –o sea el Gobierno- monitoreaba completamente la vida de la gente, para mantener un orden fascista donde la felicidad se garantizaba a punta de medidas represivas que implicaban controlar la privacidad de las personas. Hoy estamos a punto de estar como en esa novela, totalmente controlados por cuenta de la utilización de equipos electrónicos como computadores, teléfonos móviles, tablets, ipods, mp3, etc.

Nuestra vida ya no es una cápsula aséptica en el mar de la confusión. Estamos en la mira de no sabemos quién. ¿Para qué carajos necesitan saber nuestros secretos íntimos, cuando estos no ponen en peligro a nadie? ¿Por qué se meten en nuestras cuentas de Facebook o de Twitter? ¿Para qué? La mayoría de la gente es honesta –o eso pienso yo-, y por lo tanto perder el tiempo rastreando conversaciones de quinceañeras enamoradas, o de profesores utópicos, o de amas de casa desocupadas, es una verdadera estupidez. Pero, ahí reside el quid del asunto, y es que lo grave de las revelaciones de Snowden consiste en develar que a los gobiernos les interesa la vida de esas personas que a muchos se nos presentan como anodinas.

Bienvenidos a la era de la tecnología, a la era de la informática. Volver al pasado ya no es posible, utilizar la máquina de escribir es una tontería, llamar a otra persona por medio de señales de humo es patético, o mandar un mensaje urgente por correo de carta es risible. La tecnología, y lo que ella implica llegó para quedarse y eso lo tenemos que aceptar. Los gobiernos, las empresas, las ONG’s, o lo que sean, nos espiarán, sabrán nuestros gustos, nuestros miedos, nuestros deseos, y eso no tiene reversa. La era del Internet no tiene remedio; la economía, la industria, y hasta el arte, ahora se mueven por esta superautopista virtual.

Lo que sí tiene remedio es lo que se haga con la tecnología; y en consecuencia, el futuro dependerá de las decisiones que tomemos los ciudadanos para que paren estas chuzadas, o por lo menos para que se limiten a casos excepcionales dentro del Estado de derecho. Por lo pronto, sólo podemos concluir que la tecnología no has facilitado la vida, pero eso tiene un costo, y lo estamos pagando.