Francisco, el Papa cheverón


El trece de marzo de 2013, a las siete y seis de la noche, la chimenea de la plaza de san Pedro comenzó a emitir un humo blanco. Eso significaba que había nuevo Papa. Una hora más tarde, el cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran anunció el nombre del pontífice electo, se trataba del argentino Jorge Mario Bergoglio.

El nuevo Papa de la Iglesia Católica es latinoamericano, jesuita, y fuera de eso escogió un nombre que jamás había sido utilizado antes por ningún sucesor del discípulo de Jesús: Francisco. Días más tarde, en una rueda de prensa, el nuevo Papa comentó que había escogido este nombre debido a un comentario que le hizo el cardenal brasileño Claudio Hummes en el momento de la elección definitiva del Cónclave: “¡No te olvides de los pobres!”. Para el cardenal Bergoglio eso significó escoger el Nomen pontificalem de Francisco. El santo de Asís es uno de los más connotados místicos del cristianismo, y a lo largo de los siglos ha sido un símbolo de humildad, pacifismo, y ambientalismo.

Según fuentes muy serias cercanas al Vaticano, una de las razones que llevaron a la renuncia del anterior Papa, Benedicto XVI, es la corrupción que padece la Iglesia. Los escándalos de pedofilia, el supuesto lobby gay, y las finanzas del Banco Ambrosiano eran razones de peso para provocar la dimisión de Joseph Ratzinger al importante cargo. En otros documentos que se elaboraron después del cónclave que eligió a Francisco, se ha descrito el malestar de varios cardenales con la curia vaticana, y en especial, con el sector italiano de los purpurados en las reuniones preparatorias antes de la elección del Pontífice. Un grupo de norteamericanos, de latinoamericanos, y de varios europeos (no italianos) decidieron impulsar la candidatura del cardenal Bergoglio. El candidato más seguro para llegar a esta dignidad no era el arzobispo de Buenos Aires, sino el cardenal Angelo Scola, quien supuestamente contaba con el apoyo de Benedicto XVI y de sus pares connacionales.

El papa Francisco ha dado muestras de humildad; no ha querido vivir en los apartamentos papales, se mueve en automóviles no lujosos, la cruz que lleva en el pecho no es de oro sino de plata, no ha querido utilizar esos zapatos especiales que le hacen a los papas, va a misa como cualquier feligrés, llama a sus conocidos  en Argentina personalmente, entre otras. El Papa ha tratado de restarle magnificencia a su cargo, de quitarle toda esa pompa que le otorgaba un aura de “inalcanzable”.

Lo cierto del caso, es que la Iglesia Católica vive una crisis muy compleja. Desde que fuera fundada por Jesús hace dos mil años, esta institución ha estado envuelta en sinnúmero de escándalos (la inquisición, la connivencia con los poderes laicos, las ínfulas de poder y de riqueza), y por lo tanto, con la llegada del siglo XXI las cosas están patas arriba.

Cuando Benedicto XVI presentó su renuncia –un hecho inédito, que no ocurría desde hace más de quinientos años-, se pensó que su dimisión obedecía a problemas personales y de salud –que no son menospreciables-, sin embargo, con el pasar del tiempo se ha conocido que la verdadera razón de la renuncia ha sido la imposibilidad de Joseph Ratzinger de afrontar la grave crisis institucional de la Iglesia.

Jorge Bergoglio, el exarzobispo de Buenos Aires, llegó a Roma después de que se conociera la renuncia del Pontífice. Él debía participar en el Cónclave como cardenal elector. Su nombre no sonaba como papable, sin embargo, varias personas recordaban un rumor que corría muy fuerte desde hacía siete años. En la elección de Benedicto XVI, el cardenal argentino fue el principal rival de Ratzinger en aquella elección; dicen, entonces, que Bergoglio se dirigió a los cardenales en pleno cónclave, y que les pidió votar por su contrincante, quien salió elegido como Papa. En 2013, los astros se alinearon para Bergoglio, y el 13 de marzo resultó electo para suceder a Ratzinger en el trono de Pedro.

La Iglesia Católica necesita una reformulación, y eso lo piensa no solo la jerarquía eclesiástica, sino todo el mundo. Las enseñanzas de Jesús deben transmitirse a través de una vía descontaminada de burocracia, de jerarquías anquilosadas, y de aparatos afanados por las riquezas y el poder. El papa Francisco ha reconocido esto. Ha dirigido una orden a los sacerdotes y religiosos de todo el mundo: estar en contacto con la gente, volver a la esencia del mensaje de Cristo.

La revista Time lo consideró la figura del año en 2013, y la revista musical Rolling Stone le dio carátula principal; Francisco es una figura mediática, todos los días aparece en los titulares del prensa, y sus actitudes generan simpatía por una figura cuasimonárquica que se estaba perdiendo en las tinieblas de la indiferencia.

“Una iglesia por y para los pobres” define el Papa a la institución que lidera; volver a lo esencial, al amor por el prójimo, y a la sencillez de la vida humana. Precisamente esto es lo que perdió el catolicismo: la sencillez y la humildad. Muchos sabemos que varios católicos no tienen el interés de difundir las enseñanzas de Cristo, sino de acumular poder, dinero y riqueza para ellos y para el grupo que representan. Francisco está opuesto a esto.

Obviamente hay ciertos temas que siguen generando controversia; el tema del aborto, el tema del matrimonio entre homosexuales, y el sacerdocio femenino. El nuevo Papa se ha mostrado más humano con respecto a estos temas. Con respecto al homosexualismo, dice que estos son hijos de Dios y que no se les puede condenar por su condición, sin embargo, no llega hasta el punto de apoyar el matrimonio entre ellos. Con respecto al aborto y al sacerdocio femenino, mantiene la misma postura tradicional: la de repudiarlos. Sin embargo, su posición y su ánimo son menos condenatorios y más humanos. Francisco está de nuestra parte, pensamos todos; de parte de la gente común y corriente, no de los poderosos. Ese ha sido el éxito de Francisco, hacer que la gente piense que él es de su clan, de su clase, de su cuerda, que él los comprende y apoya. Vamos a ver qué más sorpresas genera hacia futuro este Papa….cheverón.

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