Extraña decisión la de la Academia Sueca,
darle este galardón a un músico y no a un escritor consagrado. Tengo que
confesarlo, en un primer momento me desconcertó, después me causó una cierta
incomodidad y después –con una pizca de resignación- lo acepté con algo de
alborozo.
El nombre de Dylan venía sonando, sin
embargo, desde rato para este premio, no fue tan sorprendente ni tan inesperado
para aquellos que siguen las conjeturas anuales del premio Nobel de literatura.
Aunque, esas mismas personas que siguen esas conjeturas nunca imaginaron que se
iba a volver realidad esa posibilidad.
Al momento de escribir estas palabras la
Academia Sueca no ha podido contactarse con el músico (¿poeta?), tal vez a él
le importa un comino que se haya ganado este premio o probablemente se cree tan
importante que ni siquiera el Nobel estaría a su nivel. Y no exagero, muchos de
esos rockeros multimillonarios, a quienes nos les cabe una moneda más en su
abultada cuenta bancaria, se gastan un ego ni el berraco.
Dylan no se ha referido a su premio
públicamente. El día que se hizo el anuncio –del otorgamiento del Nobel-
simplemente cantó en un concierto y no dijo nada al respecto, todo normal. Parece
que su silencio y la incomunicación con la Academia Sueca deprecian al Nobel.
Hombre, para cualquier mortal sería un honor
increíble, ganarse un premio tan importante y que entrega a su vez una cifra
nada despreciable que son más o menos en dólares: 933.000. Cualquier persona –como
yo- estaríamos bailando en una pata; pero a Dylan parece que la cosa no lo
perturba ni lo emociona en lo más mínimo, en apariencia.
Tal vez, por eso Dylan es Dylan y yo, soy yo.
Si yo me hubiera ganado el Nobel ya les habría dado el número de mi cuenta de
ahorros a los suecos, y estaría pendiente de la consignación. Eso sin hablar de
los preparativos para la ceremonia de premiación con reyes a bordo y toda la
cosa. Pero Dylan nada de nada.
La Academia Sueca, sin embargo, ya anunció
que enviará la respectiva invitación para la gala de premiación al músico (¿poeta?).
¿Será que Dylan irá? Probablemente su asesor de imagen o como se llame (¿agente
publicitario?) le recomienden alquilar un smoking y aparecerse en Estocolmo
para la ocasión. Pero Dylan es Dylan.
Por puro pragmatismo yo sí aceptaría el
premio (los 933.000 dólares), e iría a Estocolmo a codearme con la monarquía de
ese país y con los otros galardonados. Un colombiano ya recibió un Nobel, el
querido García Márquez, y fue a Suecia vestido con un liquiliqui (mejor dicho
se apareció en la premiación vestido de esa forma), ya que es una prenda
elegante que se utiliza en el Caribe, aunque al parecer también lo hizo como agüero
de buena suerte, según dicen sus amigos. Y efectivamente, otro colombiano
recibirá nuevamente este premio en diciembre: el presidente Santos en el ítem de
la paz.
Los premios pueden ser tomados de dos formas:
como un honor o como lo que son, una recompensa por un trabajo. Yo creo que
Dylan ha sido suficientemente recompensado por la vida: tiene plata, tiene
fama, y también ya ha sido recompensando con otros premios y condecoraciones,
el Nobel sería algo más y punto. Pero es extraño, no responderle el teléfono a
la Academia Sueca, no pronunciarse al respecto, no decir un simple ¡Gracias!,
qué extraño.
Así son los artistas: excéntricos,
inesperados, locos. Cualquier persona cuerda, en su sano juicio, ya habría
levantado el teléfono y habría hablado con los suecos para agradecerles el
detalle, pero es que los artistas son así: choco-locos. Ya veremos qué ocurre
con las reacciones de Dylan en los próximos días.
Yo por mi parte miro estupefacto el acto de
indiferencia del músico (¿poeta?); yo ya habría agradecido el premio, ya habría
dado mi número de cuenta de ahorros al departamento de pagaduría de la Academia
Sueca, ya habría comprado los pasajes para Suecia, y ya habría alquilado un
smoking en Chapinero para la ocasión. Pero Dylan no, por eso él es él, y yo soy
yo. Ambos somos artistas, pero él más choco-loco que yo. O tal vez él sea el
cuerdo, y yo sea el alucinado.
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