Escribir poesía es de lo
más difícil que hay; es complicado porque en pocas palabras debe expresarse un
sentimiento, una pasión, una preocupación, un miedo, un anhelo, una
devastación.
Confieso que me da miedo
componer -¿así se dice?- poesía. Y acudo a la frase de Borges sobre este
tópico: “En ella –la poesía- solo se acepta la perfección”. Esa perfección da
miedo, esa composición es todo un trabajo artístico de hondo y profundo
misterio, un advenimiento hacia lo desconocido.
Poesía
rústica para ojos llorosos, en ansiedad, ¿y cómo utilizar las palabras
cuando estas se quedan cortas? ¿Cuando los sentimientos no pueden ser descritos
por la obviedad del lenguaje? ¿Cuando el poeta no sabe expresar lo que siente
con palabras y se siente frustrado?
Oh,
tus ojos, oh el brillo de tus ojos, perecedera decisión en acantilados, ¿por
qué lloras? Y así el lenguaje se vuelve una limitación,
el autor decide conferirle algo de musicalidad a su obra, decide que debe tener
ritmo para que llegue a las emociones más profundas, para que conmueva el
corazón.
Decides,
volver, no es cierto, ¿a qué hora llegaras? Romance ¿y ya? ¿Así pasó? La
limitación del lenguaje es una verdadera talanquera para el desarrollo
artístico del poeta; sin embargo, el lenguaje es la herramienta más precisa
para evocar épocas, acontecimientos; para evocar memorias.
Ruido
de soledad que llegas en enero, y te vas en octubre, ¿anochecerá? Los
orientales no luchan contra esas limitaciones, solo las aceptan y han creado
verdaderas obras maestras en kaikus –por ejemplo- elaborados por maestros zen.
El más afamado Basho.
En
llanuras de seda, de oca, de pastizales, de alamedas, te encuentras detrás, una
sombra. Eso, eso es lo que busca el poeta, conectar con una
emoción que está atrapada en dimensiones subjetivas, etéreas, para eso
construye un plan, un plan totalmente improvisado, absurdo, para conmoverse
principalmente a sí mismo.
Poesía
rústica en verano, para ojos clamorosos, en diversidad, azul que agitas
depresiones, únicas. El riesgo que corre el autor de este tipo
de poesía es caer en lo superfluo, en lo elemental, o en lo cómico. ¿Puede
darte risa un verso? Desde luego, recuerda la picaresca del siglo de oro
español, y Quevedo, y Cervantes, y todos aquellos que han utilizado la risa
como remedio al tedio, a lo superfluo, porque la risa es lo más profundo que le
puede pasar al ser humano. Desde luego.
Ojos
llorosos en octubre que sabes a cañada de decibeles de orquídeas en verde.
Correr el riesgo de no saber expresar un sentimiento es peligroso, por eso
Borges solo aceptaba la perfección, ¿y qué es la perfección? Lo que no se puede
definir porque al definirlo pierde toda su majestad de complejidad, de cuerpo,
de orden.
En
andanzas, padeces cálidos abrazos de duelo, por verano apareces, y lograr
conmover. ¿Cuál es el ruido de un palma de una sola mano? Se pregunta
el clásico koan zen. Un koan es una pregunta absurda que no tiene contestación
como la poesía que se hace bien. Un koan es una herramienta para producir
silencio, lo mismo que un haiku, por eso le llamaba tanto la atención este tipo
de poesía al maestro mexicano Octavio Paz. El kaiku es sencillo pero debe
conducir a la iluminación.
Afrodita
celeste en los templos de cobre, oh bella hermosa como nadie ha visto, tú
decides lo que piensas que decido lo que siento. Y
entonces, los títulos de las novelas, de los cuentos a veces terminan siendo lo
mejor que se escribe en ese cuento y en esa novela. No lo digo por mi novela
dedicada a la diosa de la belleza, del arte. También Venus sonríe como tú, ¡cómo me encanta este título! Siempre lo he
amado, en silencio, y lo contemplo; como el pintor a su paisaje, a su bodegón,
a su retrato, a su obra surrealista. Y no digo que lo mejor de Afrodita o de Venus, sean los títulos en sí mismos, porque sería mentir, y decir
algo que no es verdad: que toda la emoción del autor está expresada en el
título, no es así, no es cierto.
Advekia
lozana de riendes turbes, ajgi. ¿Qué dijiste allí? Nada,
pero expresaste algo con palabras, porque a veces deben crearse palabras que se
acerquen a lo que quieren expresar los sentimientos y no existe en el lenguaje
común, si no pregúntenle a Tolkien, que creó un mundo y un lenguaje ficticio
para su propia diversión, para su propio anhelo de crear, de ser un creador.
Vuelves
en andares de pesar, indirectamente a tratarme como nada, como siempre, de
usos, de escafandra, de lona, de perdis. Y termina la poesía como
una tragedia, dejando un sinsabor, ¡qué desastre! ¡Tan majestuoso! Y solo queda
vacío; lo que pretenden los maestros zen. ¿Y por qué estás tan influenciado por
el budismo? Me preguntaba alguien, porque sí, respondo, y porque no. No es una
influencia, es una sincronía. Pero eso es otro cuento. Y termina el poeta con
un final desgarrador: Y te pierdo
Afrodita en mis sueños, te quise como a nadie, belleza ajena, lúcida, diamantina,
esbelta, que me hace componer poemas dulces. Dulce tu mirada en escombro, en
perdición, ¿solo fue un sueño?
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