“La letra con sangre entra”
decían por ahí; nuestros abuelos, nuestros padres, fueron víctimas de la
educación dictatorial, aquella que no tenía reparos en recurrir al trato cruel
e inhumano para instruir.
Pegarle a un niño no tiene
sentido, si es que de educar se trata, y en cualquier caso obviamente; sin
embargo, son muchas las personas que extrañan con nostalgia aquel sistema
educativo que utilizaba el castigo físico para transmitir conocimientos.
Hoy en día, hemos pasado al
otro extremo, regañar es malo, corregir es perverso, disciplinar es abusivo;
nuestros estudiantes ya no son tratados como estudiantes, sino como clientes o
usuarios de una institución que presta servicios académicos.
Los profesores de antaño no
tenían reparos en quebrar una regla de madera sobre la cabeza del estudiante
que no se supiera las tablas de multiplicar, o de colocar a un niño con dos
ladrillos en sus manos durante un tiempo indeterminado por no saber en qué
ciudad nació Simón Bolívar.
Las cosas han cambiado, hoy
no se recurre al castigo físico, que parece extremo y que es ilegal, sino que
simplemente no se recurre tampoco ni al regaño ni a la reprimenda, porque a
ciertos pedagogos también les parece excesivo.
Creo que castigar físicamente
a un alumno es abusivo y anacrónico, pero no reprender también es irresponsable
y peligroso. Indudablemente, los castigos físicos hacen parte de una educación
pasada de moda, de una instrucción anticuada, pero lo que hoy vemos también
podría ser parte de una pedagogía equivocada, del “lado oscuro de la pedagogía”.
Los colegios y las
universidades ganan dinero, y buscan ganar más dinero con el afán de mejorar
sus instalaciones físicas, contratar más profesores, y por qué no, tener
ganancias; sin embargo, todo ese mejoramiento financiero también pone en
peligro el objetivo número uno de la educación: formar seres humanos
constructivos. Ha pasado a un segundo plano el tema de la formación, y ahora la
pedagogía se centra en la transmisión de conocimientos, de datos, y en cómo
maximizar ese proceso. Los profesores ya no son formadores, son simples
facilitadores de información.
A los profesores ya no nos
sorprende que los estudiantes no sepan comportarse en un aula de clases, o que
no sepan escribir, o redactar, o que no tengan una mínima disciplina de
estudio. Los estudiantes ahora califican y escogen a sus profesores, y
determinan cuáles son mejores para su propio proceso formativo, cuando ellos
apenas están empezando ese mismo proceso.
La educación no debe ser
una tortura, no debe ser una actividad que genere sufrimiento o dolor, todo lo
contrario, el proceso educativo debe tener un componente lúdico y placentero que
induzca al estudiante a amar el conocimiento y la cultura. Sin embargo, cuando
la educación es netamente “recreativa” ya no es educación es pasatiempo, es
juego. Los profesores no estamos para amargar la vida a los estudiantes,
estamos para generar un modo de ser que aporte positivamente a la existencia de
los alumnos y de la sociedad.
El profesor dictador está
pasado de moda, el que utiliza el castigo físico y el miedo para enseñar.
Ahora, los profesores se han pasado al otro extremo, buscan caer bien a sus
estudiantes, no los reprenden, no los forman, mejor dicho, no los educan, esos
profesores no son profesores, son recreadores. Los colegios y las universidades
tampoco están formando, están transmitiendo información; y los profesores
renunciaron a la labor correctiva, a su faceta formadora, para convertirse en
mediadores entre el conocimiento y el alumno.
¿Cuál es la solución? Los
profesores no pueden ser amigos de los estudiantes, así como los padres no pueden
ser amigos de sus hijos; los profesores son profesores, y los padres son
padres. El profesor dictador está mandado a recoger, pero el profesor recreador
también lo debe estar. El ideal es el profesor que actúa como profesor.
El lado oscuro de la
pedagogía ha llevado a que el proceso formativo de los ciudadanos de nuestro
país no tenga un contenido axiológico, esto es, en valores. Ya no se transmiten
valores, no se le enseña a la gente a vivir en comunidad, no se exaltan las
buenas maneras y las costumbres sanas, solo se premia al que tiene una abultada
cuenta bancaria o un cargo importante donde sea.
La sociedad en que vivimos
ha sucumbido al éxito material, que lo es todo hoy en día, y ha perdido la
brújula moral y ética, es por eso que campea la corrupción, el hampa, la delincuencia,
la pobreza, y la bajeza humana en todos los sentidos.
Los profesores deben volver
a ser profesores, deben renunciar a la faceta intimidatoria y eminentemente
lúdica para transmitir conocimientos e información, y recobrar ese aspecto de
la pedagogía que se encarga de formar y disciplinar a los nuevos ciudadanos de
nuestro país.
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