Hace algunas semanas vi la
película “The end of the tour”, en la que se retrata la entrevista que le
hiciera el periodista de Rolling Stone David Lipsky al afamado pero fallecido
escritor David Foster Wallace. La entrevista duró cinco días, aunque nunca
llegó a publicarse. El periodista acompañó a Foster Wallace durante una gira de
promoción de la novela “La broma infinita”, un libro que un hoy en día está
considerado como de culto.
Foster Wallace era un
profesor de literatura –escritura creativa- en una universidad de Illinois; en
ese momento –en el de la entrevista- vivía solo, y ya se había vuelto muy
famoso por escribir “La broma infinita”. El periodista de Rolling Stone –quien también
es escritor- trata de auscultar en la personalidad de Foster Wallace, de
conocer aún más a ese personaje medio excéntrico, medio misterioso, medio
genio.
Al margen de lo que me
hubiera parecido la película, creo que la lección de la misma es la siguiente:
los escritores son personas comunes y corrientes, lo único diferente que tienen
con los demás es que dedican parte de su vida a escribir. Lipsky trata de saber
por qué Foster Wallace es tan excéntrico –tal vez por su pinta de hippy de los
60s-, por qué vive con tanta simplicidad, y si era verdad que estaba enfermo de
adicción por la heroína. A esas tres preguntas el
escritor responde indirectamente de la siguiente forma –palabras más, palabras
menos-: me visto así porque me parece cómodo, vivo así porque me gusta, y no
soy adicto a la heroína.
Lipsky descubrió que Foster
Wallace era una persona inteligente –un genio-, pero era paradojalmente un ser
muy simple, común, como los demás seres humanos. Descubrió que él era adicto a
la televisión y que por eso no tenía una en la casa. Foster Wallace solo tenía
un defecto, el que lo llevó a la tumba: sufría de depresión crónica. Años más
tarde, después de la entrevista, se subió a una silla en la cochera de la casa,
amarró una cuerda a su cuello y se ahorcó.
Los escritores son personas
comunes y corrientes con una afición extraña: escribir. Hay algunos que son
ateos, otros son religiosos, otros son capitalistas, otros son comunistas, a
otros les gusta viajar, a otros solo les gusta estar en la casa. Los escritores
son seres que necesitan escribir, como el pintor necesita pintar, o el escultor
esculpir. He leído y visto entrevistas
de decenas de escritores, todos tienen personalidades disímiles, pero todos
tienen un punto en común: necesitan escribir para sobrevivir, para afrontar
esta existencia.
El periodista de Rolling
Stone tenía una idea preconcebida de Foster Wallace y se encontró con un ser
humano simple, sencillo, que vivía en una casa normal, que tenía unos perros, y
que precisamente –como ya dije- no veía televisión porque era adicto a ella; en
cambio, no tenía otras adicciones como consumir droga, o andar con muchas
mujeres, o rumbear todas las noches. No, Foster Wallace era un profesor
universitario que no era rico ni era pobre, que le encantaba escribir, y que
padecía –como todos los famosos- por su fama.
A mí me encanta escuchar a
los escritores, saber por qué escriben, qué comen, que películas admiran, qué
gustos tienen en materia amorosa –o sexual-, qué libros leen, qué aficiones
tienen. ¿Por qué me gusta hacer eso? Porque a mí, como a mucha gente famosa y
no famosa me encanta escribir. Todos los días escribo, a veces solo dejo pasar
un día en el que no lo hago, pero de resto trato de enfrentarme frecuentemente
al teclado de mi computador y elaboro frases, párrafos, ensayos, cuartillas,
que plasmo en el papel virtual. Es como una especie de terapia saber lo que
hacen otros escritores –por lo menos los famosos-, porque no sé lo que hacen
los no famosos. Es como una especie de consuelo: “Por lo menos no soy el único
loco aquí” pienso después de ver alguna entrevista de un autor, novelista o
poeta.
Pero sí, el mundo de los
escritores es extraño porque viven en mundo paralelo al nuestro, porque
mientras teclean o plasman sus historias en el papel o en el computador están
viajando mentalmente a otras regiones, a otros países, a otros planetas, a
otras épocas, y se están encontrando con gente que conocen o que no conocen;
todo lo hacen desde su estudio, desde su cuarto, desde su casa, desde su
oficina, desde donde escriben –incluso desde un café, como lo hacía la
escritora de Harry Potter J.K Rowling-.
La escritura es un oficio
solitario parcialmente o relativamente, porque el artista a pesar de ejercer su
arte en solitario en realidad está acompañado, ¿por quién? Por sus personajes,
por sus historias, por sus mundos ficticios o no ficticios, y sobre todo por
sus lectores anónimos o conocidos. El mundo de los escritores es extraño, pero
no hay que olvidar que son seres humanos comunes y corrientes; esa fue la
lección que le dejó Foster Wallace al periodista de Rolling Stone, sin embargo,
y como una jugarreta del destino, el escritor –a diferencia de otros humanos-
se convierte en un ser inmortal a través de su obra. Todavía podemos hablar con
Cervantes, o con Goethe, o con Allan Poe, a través de sus escritos, donde
plasmaron su alma, su corazón por los siglos de los siglos.
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