Hace algunos días era testigo
de la siguiente afirmación de un video-bloguero en Youtube, de este calibre –palabras
más, palabras menos-: “Creo que los occidentales que se dedican al Zen, son
hasta ridículos, esa es una práctica ajena a nuestra cultura”. ¿Es cierto lo
que afirma esta persona? ¿Somos ridículos los occidentales que practicamos el
Zen?
Para empezar, ¿qué es el Zen?
¿De dónde viene? ¿En qué cree? Bueno, en primer lugar el Zen no es una
religión, ni una filosofía, ni una creencia, es una práctica espiritual que
tiene su origen en la India. Supuestamente, el mismísimo Siddharta
Gautama “El Buda” inició un linaje de patriarcas practicantes del Zen, el
primero de ellos fue Mahakashyapa. Hubo veintisiete patriarcas indios del dhiana (denominación en sánscrito del Zen), hasta
que el patriarca número veintiocho -llamado Bodhidharma- llevó el legado a la China, donde cambió
el nombre a Budismo Chan. Hubo seis patriarcas más del Chan en la China, hasta
que la práctica migró a Japón donde obtuvo del nombre de Zen.
Básicamente lo que busca el Zen es crear silencio en la
mente para que los seres humanos podamos sentir lo que somos realmente sin el
obstáculo de los prejuicios y preconceptos mentales. Para lograr silenciar la
mente se utilizan varios métodos, entre ellos el de la meditación – denominada como
Zazén-, los koans o cuentos absurdos, la meditación caminando o Kinhin, etc. El
Zen es la iluminación, es darnos cuenta de lo que somos, eso se llama Samādhi. Sin embargo, antes de alcanzar
o sentir la iluminación total, los practicantes del Zen tienen un vislumbre
parcial de ese estado al que llaman como Satori.
En lo personal yo nunca busqué
al Zen, lo veía como una práctica compleja y hasta difícil, no me llamó la
atención. Años después –como a muchas personas- los libros del místico Osho nos
llevaron a estudiar con más seriedad esta práctica; él –Osho- lo explica de una
forma muy pedagógica y con mucho entusiasmo; con alma. Creo que muchos
occidentales que hoy en día practican el Zen lo hacen gracias a los libros de
este místico de la India. El Zen fue introducido en Occidente hace más o menos
un siglo –o un poco más-, y ha tenido una acogida abrumadora en lugares como
san Francisco en Estados Unidos.
Personajes famosos como Jack
Kerouac –de la denominada generación Beat-, J.D Salinger (el escritor de la
célebre novela “El guardián entre el centeno”), Octavio Paz –premio Nobel de
literatura mexicano-, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Steve Jobs –fundador de
Apple-, Mario Mendoza – escritor colombiano-, Tomás González –otro escritor
colombiano-, entre muchas otras personas, son o han sido practicantes del Zen
en Occidente.
Es cierto, el Zen es una
práctica netamente oriental, influenciada por esa cultura milenaria y por sus
diversas religiones como el hinduismo, el budismo, y por filosofías como el
Taoísmo. Sin embargo, su posición es universal, porque no es una práctica
externa, no cree en dioses, ni en vírgenes, ni en santos, ni en nada
suprahumano. El Zen es vivencial, trata de que estemos en el tiempo presente,
nos aconseja dejar las culpas y las preocupaciones a un lado y de que fluyamos
con la vida. En pocas palabras, el Zen le habla –aunque es solo silencio
paradójicamente- al hombre común y corriente, al ser humano universal. No es
necesario ser japonés, o chino, o indio, para entender el Zen, cualquiera puede
involucrarse en esta práctica, el único requisito es vibrar en consonancia con
sus ideales, no más.
Por eso, me parece un poco
exagerada la afirmación de este video-bloguero. Creo incluso, que más que
exagerada me parece injusta, por desconocimiento del tema. Solo se puede tildar
algo de “ridículo” cuando se sabe lo que es, y si no se sabe lo que es, creo
que es mejor quedarse callado, es más prudente. Las personas que en Occidente
practican el Zen lo hacen por necesidad, ya sea psicológica, o espiritual, o
mental, o incluso hasta física. El Zen no condena ni juzga, simplemente propone
que te sientes a meditar y que halles por ti mismo la verdad que se encuentra
en el centro de tu ser; es una experiencia individual.
El Zen parte del sentido común
del hombre, por eso es tan poderoso y nada artificial. Estar en el momento
presente, acallar la mente, fluir con la vida, no hacer el mal, vivir con
alegría, ¿todo esto será ridículo? ¿Será que solo los orientales pueden llevar
a cabo estas prácticas? ¿Será que es necesario hablar mandarín, o hindi, o japonés
para entender esto? Yo estoy seguro que no; por eso también estoy seguro que el
Zen permeará cada día más el pensamiento occidental, y que no por moda muchos,
o hasta millones de individuos, serán practicantes en un futuro en Occidente.
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