No pretendo hacer populismo de género con
este escrito; no, ese no es mi propósito. No quiero ganarme el aplauso general
de las mujeres, ni tampoco busco que ellas digan: “¡Ay, tan lindo!”, y mucho
menos que alguna de ellas acepte salir conmigo este viernes a algún cine. Lo
único que quiero es hablar un momento del poder del supuesto sexo débil, que de
débil no tiene nada.
Hoy por hoy las mujeres están presentes en
todos los ámbitos humanos, en la ciencia, en el arte, en la economía, en la
política, en la comunicación, en todos lados; las mujeres ya no están relegadas
a un plano secundario, como lo estuvieron durante siglos, por lo menos en
Occidente. Hay de todo, gerentes de empresas, profesoras, rectoras de
universidades, pintoras, escritoras, millonarias, políticas, etc. Las mujeres
ya no solo están presentes en los hogares como amas de casa, sino que realmente
están ejerciendo roles que por muchos años eran territorio exclusivo de los
hombres.
En lo personal, como hombre no siento ningún
celo o temor por este fenómeno, hasta me parece bien. Creo que los hombres
somos en gran parte responsables por el desastre de mundo en el que vivimos.
Tal vez un mundo en manos de mujeres pueda ser diferente; más amoroso, más
pacífico, más fraternal.
Sin embargo, creo que una cosa es el poder
femenino y otra muy distinta el poder en manos de las mujeres. El poder
femenino, hablando en abstracto, es ese rol que le dio la naturaleza a la
mujer; ese rol compasivo, de ternura, de intuición, de sabiduría primigenia, de
bondad, de delicadeza, de maternidad. Las mujeres utilizan ese poder de
diversas formas; para seducir, para guiar, para proteger, para amar. Ese poder
da miedo, es cierto, los hombres en secreto le tenemos miedo a las mujeres por
ese poder femenino, tal vez por eso utilizamos la brutalidad, la violencia, la
fuerza, para someterlas durante siglos, porque les tenemos miedo, porque ellas
tienen ese poder que subyuga en silencio.
Ese poder femenino me fascina, y lo tengo que
confesar, creo que en un día me he enamorado de varias mujeres. Y no solo hablo
del cuerpo femenino, que es lindo, sino de todo lo que concierne a lo femenino.
Adular a las mujeres puede sonar empalagoso, bochornoso, ridículo, como aquella
canción que compuso Ricardo Arjona que se llama “Mujeres”; a la cual se le
pueden atribuir todos esos adjetivos. No, no pretendo adular gratuitamente a
las féminas para ganar favores de ellas, sobre todo en el terreno de lo sexual,
donde ellas creen que es lo único que buscamos los hombres. Aunque razón no les
sobra en pensar en eso, porque nuestra cultura
consumista ha cosificado el cuerpo femenino para vender cualquier tipo
de cachivaches; desde cervezas hasta máquinas de afeitar, y paletas de
guanábana.
Lo femenino me subyuga, me da miedo, porque
es incomprensible. No soy el único hombre miedoso por aquí, creo que todos los
hombres sentimos pavor por ese poder. En algún momento de la historia ese poder
causó tanto susto que los hombres nos inventamos todo ese cuento de las brujas
para quemar a varias mujeres en la hoguera, para mantener a raya el poder
femenino, para que no nos embistiera con fuerza y obstinación.
El poder femenino es diferente al poder en
manos de las mujeres. El primero es misterioso, oculto, subyugante, delicado;
el segundo es claro, es masculino, es racional, es profano. Ese poder en manos
de las mujeres no es nuevo; desde Isabel I de Inglaterra, pasando por Catalina
La Grande, por Margareth Thatcher, y hasta por Golda Meyer; eso sin contar con
las mandamases de hoy en día: Angela Merkel, Dilma Rousseff, Cristina Kitchner,
Hillary Clinton, Elizabeth II, entre otras. Las mujeres se han tomado el poder,
que durante muchos años fue masculino, el poder secular, eso no es nuevo, y no
es inconveniente.
El otro poder, el femenino, es un poder
sagrado, unido a la religión, al arte, a la filosofía, a la vida, a la
naturaleza; ese es el poder que no se puede perder, que el mundo no puede
perder porque está ligado al misterio de la vida, del Universo. Ese poder
femenino, que me asusta, que me enamora, que me subyuga, ese es el verdadero
poder femenino; lo otro es anecdótico. Llegará un momento en que las mujeres
serán las líderes en todo, y cuando digo todo es en todo. Los hombres nos
quedaremos observando partidos de fútbol en la casa, y viendo Los Simpsons. Y
sirviendo como meros sementales.
Lord Byron, quien tenía fama de perro, disque
se acostaba con una mujer diferente cada día; la envidia de todo hombre. Él
decía que hacerle el amor a una mujer más de una vez era una estupidez, ¡vaya
perro! ¡Un descarado el fulano! Lord Byron era un venusino declarado, como yo,
con la diferencia que no soy una máquina sexual como él. Yo creo que él estaba
enamorado de lo femenino, y por eso terminaba en la cama con cuanta mujer se le
atravesaba en el camino; claro que Lord Byron era, según dicen, bastante
atractivo para el género mujeril, lo cual es una ventaja bastante fuerte a la
hora de levantar novia. Yo también soy venusino porque admiro ese poder
femenino, lo venero, porque creo que esa es la verdadera sal de la vida. Lo que
le da sabor a esta existencia que parece tan fría, y sin sentido. Y digo
venusina, porque Venus –el planeta- representa lo femenino; mientras que Marte
representa todo lo masculino.
Esa sutileza de lo femenino no dice que todas
las mujeres sean buenas, bellas, y honestas, hay de todo, obviamente; pero en
abstracto ese poder femenino es el que convierte a los hombres en gatitos
delicados, en meros esclavos de la finura y de lo aterciopelado. Los hombres
también tenemos un poco de ese poder femenino, como las mujeres tienen del
masculino. Hay hombres que entienden ese poder, y se convierten en hombres
poderosos, y no hablo de homosexuales, hablo de
hombres que están acordes con el poder femenino y lo practican. Esos son
los hombres más poderosos. Aterradores. La historia tiene una lista larga de
esos hombres que han entendido el poder femenino, que lo han practicado, y que
lo aplican. Voy a poner un ejemplo: Leonardo Da Vinci. La visión de la vida de
este genio, mezclaba lo femenino y lo masculino, independiente de los gustos
sexuales del hombre. La genialidad de lo oculto con la racionalidad del sol que
sale todos los días. Ese era Leonardo Da Vinci. El señor pudo pintar la
Gioconda, y a la vez inventar el helicóptero.
Hoy necesitamos de ese poder femenino más que
nunca, de ese poder subyugador. Lo peligroso del cuento es que masculinicemos
lo femenino, allí estaría la tragedia de nuestra especie. Volver a las mujeres
como hombres, ¡qué desastre! Lo que tenemos que hacer es lo contrario: llevar
lo femenino al ámbito de los hombres. No convertir a los hombres en mujeres;
no, de lo que se trata es de despertar lo femenino en los hombres, sin que por
eso se vuelvan homosexuales, o gays, o trasvestis. Es despertar lo oculto, lo
misterioso, lo intuitivo, en el hombre, para que haya un equilibrio en la
Tierra. El equilibrio de lo femenino y de lo masculino. El Planeta todavía está
muy masculinizado. Por eso hay tantas guerras, injusticias y aberraciones.
Demasiada razón nos ha llevado al caos. Llegó la hora de lo femenino, y eso se
ha expresado en la toma del poder de las mujeres del ámbito masculino.
Al escribir este artículo le rindo tributo a
la mujer más importante de mi vida: mi hermosa mamá. Un beso, sé que estás allá
riendo en el cielo de las mujeres hermosas, de las damas, porque eso eras tú
mamá: una Dama.
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