Hace algunos meses me
reencontré con mi amor platónico de la universidad. Sí, una hermosa niña con la
que sostuve una fraterna amistad pero que nunca logró convertirse en mi novia,
muy a mi pesar. Después de varios años de ausencia, nos volvimos a ver, y
quedamos en salir a almorzar o tomar un café. Como la ley de Murphy –del efecto
contrario- siempre opera en estos casos, terminamos tomando únicamente un café.
Estoy seguro que ella
no está leyendo esto –o por lo menos eso espero-, bueno si lo estás leyendo ya
lo sabrás; sí, tú fuiste mi amor platónico en la universidad, aunque creo que
ya estabas al tanto, por la cara de perro canchoso -a punto de recibir su
alimento- que ponía, cuando te observaba obnubilado en nuestros tiempos
juveniles. Si no lo sabías, espero que esto no afecte nuestra bella amistad.
Bueno, el punto es que
mi amiga a la que llamaré XX pidió con algo de elegancia cachaca (bogotana), un
tentempié. Yo pensaba que simplemente
desearía tomar un tinto, una gaseosa, con una empanada, o un pastel de carne, o
una galleta. Pero no, XX pidió un tentempié.
Jamás había escuchado en mi vida esa palabra tan hermosa. Según la Real
Academia Española de la Lengua, tentempié
es un refrigerio.
-¿Qué es eso?- le
pregunté a mi amiga-. Nunca había escuchado ese término.
Ella sonrió con paciencia, y respondió.
-Un tentempié Pacho, ¿no sabes qué es?
-Ni idea.
-Como un abrebocas-
no recuerdo bien su respuesta, pero dijo algo así.
Luego procedió a
pedir -en el café donde nos encontrábamos-, un palito de queso, que supongo yo
es un tentempié.
¡Cuánta belleza junta
en un solo momento! Por un lado, mi ex amor platónico, que sigue siendo una
mujer preciosa, y por otro lado esa bella palabra: tentempié.
Después de conversar
unos minutos, y con algo de afán porque ella tenía un almuerzo en el Norte de
la ciudad, nos despedimos con un abrazo fraterno.
“Estás hermosa” pensé
decirle. Sin embargo, creo que con el tiempo la timidez se ha agravado, y sólo
atiné a batir mis manos como una foca, y exclamar: ¡Chao, XX!
Tentempié,
tentempié, la bendita palabra no se
ha borrado de mi memoria, y quedó en mi léxico para no irse jamás. Ahora, cada
vez que voy a un café siempre pido un tentempié.
Otra amiga de la universidad, con la que sí me veo muy a menudo, pero que
no es ni ha sido mi amor platónico, me escuchó pedir un tentempié, en un recreo laboral.
-¿Un
qué, perdón?- me preguntó hace unas semanas.
-Un tentempié- respondí con orgullo, y
sacando pecho. Estaba utilizando una nueva palabra que sonaba muy bien-. Es
como un abrebocas.
-Nunca había
escuchado esa palabra.
-Yo tampoco-
respondí, y le conté de dónde la había sacado.
Mi amiga –la que veo
con alguna frecuencia- también sonrió, pero con picardía. Lógico, ella sabe que
XX fue mi amor inalcanzable
en
la universidad, y supo por qué yo estaba utilizando ese término.
Ahora, cada vez que
voy a un café, a una cafetería, o similares, pido un tentempié. La belleza del idioma, que inmediatamente evoca una
situación, una persona, un instante, una condición del alma, un estado de
ánimo, un lugar.
Jamás se me olvidará
esta palabra, que me sirve para recordar esos dulces minutos, y para ampliar mi
universo verbal. ¡Oh idioma!, qué dicha poder hacer uso de ti. Dicen que las
mujeres se enamoran cuando los hombres les hablan; y ahora entiendo el porqué.
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