Así se llama el episodio IV de la aclamada
película “La guerra de las galaxias”, sin embargo, y aunque me encanta este
filme, el motivo de este escrito no es hablar sobre él. Digamos que el título
de la cinta y el título de este post coinciden.
La esperanza, viene de esperar, de prever lo
mejor para el futuro, de abrirnos a lo bueno que nos traerá el porvenir. Sin
embargo, en las actuales circunstancias hablar de esperanza es casi que
utópico. Empero, como reza un proverbio japonés “Quien pierde dinero no pierde
nada, quien pierde la salud pierde algo, pero quien pierde la esperanza y las
ganas de vivir lo pierde todo”. Por lo tanto, y según este proverbio, tenemos
que tener esperanza o estamos acabados.
Tanto en lo individual como en lo colectivo
la esperanza es vital para sobrevivir, para afrontar la vida, la esperanza no
es solo cruzarse de brazos y esperar que en el futuro las cosas sean mejores.
No, se trata de construir el futuro en el presente teniendo en cuenta la
experiencia del pasado.
Hay cierto ánimo pesimista en ciertos
círculos humanos y sociales, donde se habla del retorno del populismo, de la
involución de nuestra civilización, y del próximo escenario apocalíptico al
cual se enfrentaría la humanidad en escasos años. Una especie de colapso global.
Ahora bien, es cierto “que el palo no está
para cucharas” –como dice otro refrán- pero también es cierto que como afirma
otro proverbio -pero esta vez chino-: “Los problemas son oportunidades
disfrazadas”.
Los problemas individuales y colectivos deben
ser oportunidades para crear una nueva vida individual y colectiva; tal vez,
esos problemas solo nos están indicando que algo anda mal en nuestras vidas o
en nuestras sociedades y que ya llegó la hora de hacer los cambios más
efectivos y oportunos para llevar una vida feliz.
El problema –como siempre- es ¿qué debemos
cambiar y cómo cambiar? Yo creo que el indicador, o la brújula para establecer
ese nuevo rumbo es el amor. Sí, así como lo oyen el amor. Pero, no estoy
hablando únicamente del amor de pareja, del amor romántico, me refiero al amor
universal.
Todas, absolutamente todas las religiones
coinciden en esto: en el amor. La misma palabra nos indica qué aspectos son
susceptibles de ser modificados porque el rasero es el amor o la ausencia de
este. Si en nuestra vida hay problemas es por falta de amor, y no me refiero –nuevamente-
a no tener una pareja o una novia o una esposa, me refiero a no amarse a sí
mismo, a no sentir respeto por sí mismo, a no tener autoestima. Quien no tiene
autoestima cae fácilmente en conductas autodestructivas: alcoholismo,
drogadicción, violencia, corrupción, adicciones, tristeza, depresión e
infelicidad en general. En una vida sin amor solo hay infierno. Creo que esto
mismo se puede transpolar a la sociedad, a la colectividad; esa falta o
ausencia de amor en la sociedad lleva a que haya explotación, injusticias,
terrorismo, inequidades, pobreza, desigualdad, conflictos, guerras,
aberraciones, etc.
La falta de amor está matando al mundo. ¿Por
qué? Porque lo contrario del amor no es el odio sino el miedo como ya lo han
demostrado y enseñado decenas o cientos de gurús de todas las religiones. La
vida del individuo sin amor está llena de miedo, de temor, y ese odio lleva al
sufrimiento (como lo afirma el personaje de Yoda en Star Wars). Estamos llenos
de miedos; miedos hacia los demás, miedos hacia la sociedad, miedos hacia el
futuro, miedos hacia el planeta, etc. Ese miedo nos lleva a tomar rumbos de
violencia, de egoísmo, de materialismo. El miedo ha sido el arma de dominación
más eficaz del statu quo desde hace milenios. El miedo lleva a la autodestrucción,
a la esclavización, a la sumisión ciega.
Desterremos de nuestras vidas el miedo y
abrámonos al amor, como decía el maestro Jesús de Nazaret:”Ama a Dios, y al
prójimo como a ti mismo”. Buda predicó lo mismo quinientos años antes pero de
otra forma. Por lo tanto, revisemos en nuestra vida dónde hay y dónde no hay
temor, y erradiquémoslo. Lo mismo se podría aplicar a la sociedad, pero esto requeriría
de un proceso más complejo, más lento, más paciente y más compasivo, pero todo
eso no le debe quitar la urgencia al asunto, porque se trata de sobrevivir o sucumbir a
nuestra autodestrucción como especie y como individuos.
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