Francisco
Bermúdez Guerra
El 13 de marzo de 2013, el
cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires fue elegido Papa. Cuando el
presidente del Cónclave le preguntó cómo quería llamarse, el purpurado
contestó: “Francisco”. Cuenta Bergoglio que al
enterarse de los resultados de la última votación, donde la mayoría de
los cardenales se habían inclinado por escogerlo a él como el nuevo Santo Padre
de la Iglesia Católica, el arzobispo emérito de Sao Paulo –en ese entonces-
Claudio Hummes le sugirió: “No te olvides de los pobres”. Para el nuevo Papa
era inevitable no escoger otro nombre, san Francisco de Asís es el santo de los
humildes.
Hasta ahí la historia de cómo
el Papa actual se llama como yo, Francisco. Mi nombre siempre me ha gustado,
por su extraña sonoridad, aunque a decir verdad muy pocas personas cercanas me
dicen así, generalmente a los Franciscos nos llaman: “Pacho”. A mí me sucede
algo peor, porque desde el colegio mi apodo es: “Pachito”. En México a los
Franciscos les dicen “Pancho”, o “Paco”. Me alegro de estar en Colombia, por
ese lado, porque “Pancho” o “Paco” es un sobrenombre un tanto depresivo. “Pachito”
suena tierno, disminuido, pero tiene dignidad. Si yo estuviera en México les
diría a quienes me rodean: “Díganme Francisco, punto”.
La historia de por qué me llamo
Francisco es bien jocosa y un poco extraña. Resulta que mi abuela paterna –la mamá
de mi papá- dio a luz a tres hijas mujeres, en principio; mi abuela, feliz con
sus tres hijas, quiso tener un varón, un niñito. Para asegurarse que el
siguiente embarazo resultara exitoso de esa forma, o sea con el nacimiento de
un hijo varón, mi abuela fue hasta la iglesia de san Francisco en el centro de
Bogotá, y le hizo una promesa al Santo. Si el siguiente bebé nacía machito, le
pondría Francisco. Al parecer en el cielo escucharon la promesa, y el Santo le
hizo el milagrito; mi abuela quedó embarazada nuevamente y nueve meses después
tuvo un varón. Para cumplir la promesa le colocó el nombre del Santo:
Francisco. Ese niñito era mi papá.
Mi papá, hermano menor de tres
mujeres, creció hasta convertirse en un hombre hecho y derecho. Estudió en el
colegio Virrey Solis, un plantel educativo manejado por la Orden de los
Franciscanos –fuera de eso-. Conoció a una bella dama posteriormente –mi mamá-
y se casó con ella. Mi mamá quedó embarazada y con mi progenitor decidieron
llamar al bebé que venía en camino como: Francisco. En gran medida para honrar
a mi papá. Resultó que el día que nací, 4 de octubre, es el día que la iglesia
Católica dedica a san Francisco de Asís. Después del parto la enfermera que
atendía a mi mamá le preguntó: “¿Cómo le pondrán al niñito?”, mi mamá le
confirmó que yo me llamaría Francisco; la enfermera exclamó: “¡Qué coincidencia
hoy es el día de san Francisco de Asís!”. Sin embargo, mis papás ya habían
decidido llamarme así desde antes; fue una coincidencia haber nacido el 4 de
octubre, día dedicado a este santo.
Hay números, nombres, colores,
que lo persiguen a uno, ¿no les ha pasado a ustedes?; pues resulta que hace
algunos años, mantuve una relación sentimental con una niña (una mujer, mejor
dicho); fue una relación bastante larga en el tiempo. Esa mujer nació un 4 de
junio, día dedicado a san Francisco
Caracciolo. ¿Qué me dicen? Mucha coincidencia, ¿no es cierto?
Cuando entré a estudiar derecho en la Universidad
del Rosario, me enteré de otra coincidencia relacionada con mi nombre. Resulta
que uno de los próceres y mártires de la independencia, Francisco José de
Caldas -científico y abogado neogranadino- fusilado por el pacificador Pablo
Morillo, nació como yo un 4 de octubre, se llamaba Francisco como yo, y estudió
como yo en el Rosario para convertirse en abogado, como yo. Qué curioso.
A mí también me persigue el número 4, y el color
azul, ¿qué será? Yo creo que a todos nos ha pasado que ciertos objetos, fechas,
e incluso animales, se nos presenten en nuestras existencias de manera
recurrente. Es como si la vida nos jugara bromas, para hacernos reír, para
mostrarnos que el Universo no es indiferente con nuestro paso por este planeta.
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