En la Universidad de
Harvard existe este curso denominado como “Mayor felicidad”, y es dictado por
el profesor y escritor israelí Tal Ben-Shahar. Cada semestre se matriculan en
esa cátedra mil cuatrocientos alumnos. En la China ya están midiendo la
felicidad, como indicador de desarrollo humano; y Venezuela creo el
Viceministerio de la Suprema Felicidad.
¿De cuándo acá tanta
preocupación por la felicidad? ¿En qué momento los gobiernos y las
universidades se dieron cuenta que existía la felicidad? Un tema que
anteriormente solo era abordado por hippies, vendedores de incienso,
instructores de autoayuda, y filósofos de mochila con anteojos de montura de
carey.
La felicidad es algo etéreo
porque significa algo distinto para todos; para algunos está ligada al placer,
para otros a la moral, y para muchos es un fin utópico. Los seres humanos no sabemos
qué es la felicidad, y la asimilamos a la alegría, al bienestar, como toda
palabra siempre utilizamos otras palabras para definirla, es como dar vueltas y
vueltas tratando de modernos la cola –como hacen los perros-.
¿Podemos ser felices? ¿Es
alcanzable la felicidad? Si ni siquiera sabemos lo que es, pues decir que la
alcanzamos es extraño. Para muchos, la felicidad no se logra en la tierra, ya
que este es un valle de lágrimas intenso, y por lo tanto solo en el cielo la
experimentaremos. Esa es la visión cristiana del asunto. Las otras religiones
monoteístas no están muy alejadas de esta idea. Para el budismo la vida es
dolor y placer; sin embargo, el sufrimiento está ligado a mi relación con ese
dolor y con ese placer. Para el budismo la felicidad sería ausencia de
sufrimiento, y eso solo se consigue cuando cambio mi percepción subjetiva sobre
el dolor y el placer.
Los griegos también se
obsesionaron con la felicidad. Para los estoicos el hombre solo es feliz en la
medida que se armoniza con las leyes morales naturales que rigen el
comportamiento humano. Para los epicúreos el hombre solo es feliz en la medida
que acumula placeres físicos y mentales.
Hay tantos conceptos de
felicidad como personas en el mundo. No es un indicador objetivo,
conmensurable, comparable, o preciso. ¿Se puede enseñar la felicidad? ¿Cómo? Si
no sabemos lo que es. ¿Se puede medir la felicidad, como el desempleo? Creo que
no. Enseñar la felicidad es imposible, medir la felicidad es ilógico, auspiciar
la felicidad como programa gubernamental es una utopía.
Todos queremos ser felices,
allí no hay misterio, no estoy descubriendo el agua tibia, sin embargo, creo
que este es un propósito subjetivo, personal, íntimo. La felicidad es el quid
del gran misterio de la vida. Lo que proporciona felicidad para una persona no
necesariamente lo proporciona en otra, lo que una persona percibe como
felicidad no necesariamente lo perciben los demás.
Por ejemplo, yo pienso que
la felicidad no se puede definir, es indefinible. Puedo utilizar sinónimos de
esta, pero nunca obtendría un resultado total, satisfactorio. Puedo definirla
como alegría, como bienestar, como placer, como satisfacción, pero nunca daría
en el clavo. Solo podría decirle a la gente: ¡Sean felices!, de la misma forma
como lo hace un famoso narrador de fútbol de Colombia: “¡Sean felices, Edgar
les dice!”.
Cada persona buscará en lo
profundo de su alma, de su subjetividad, la manera de ser feliz. Crear
unanimidad sobre el concepto de la felicidad es peligroso, es autoritario, es
dictatorial. ¡Sean felices! Eso es lo único que les puedo decir, no puedo ir
más allá, cada persona verá cómo lo hace.
No les puedo enseñar a ser
felices, y nadie me puede enseñar a ser feliz. Medir la felicidad es una
falacia, es irreal, a menos que se quiera imponer un estilo de felicidad. Todos
queremos ser felices, pero ese camino es único para cada ser humano que habita
en el Planeta. ¡Sean felices! ¡Como ustedes lo tengan a bien hacerlo!
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