A Natalia Ponce de León,
una chica de treinta y tres años, un individuo le roció ácido sulfúrico en su
cuerpo, ocasionándole quemaduras en un treinta y siete por ciento de su
humanidad. Un acto vil y bajo, que lo deja a uno sin palabras, sin adjetivos
para calificar esto.
Desde un punto de vista
humano, quiero decir que les envío amor a Natalia y a su familia, y le pido a
Dios que les dé fuerza para sobrellevar este abominable acontecimiento. Mi
solidaridad con ellos. Y lo digo de verdad, no solo retóricamente.
Obviamente que todos
estamos impactados, o por lo menos la mayoría de los integrantes de esta
sociedad. Causó un gran impacto, como han causado impacto las centenas de
ataques con ácido de los cuales han sido víctimas en su mayoría las mujeres,
aunque también los han padecido los hombres.
Este impacto ha llevado a
que varias voces clamen por subir las penas para este delito, imponer la pena
de muerte, la cadena perpetua; hasta un exministro propuso aplicar la ley del
Talión, o que el ataque con ácido sea un delito autónomo, para no depender de
la tipificación de las lesiones personales o de la tentativa de homicidio.
Lo cierto del caso es que
esto solo demuestra una cosa: que nuestra sociedad está enferma, enfermísima.
Cuando se habla de esto, generalmente siempre lo tachan a uno de “moralista”,
de “extremista”, o de “radical”; sin embargo, me gustaría que todos esos “cheverones”
fueran al hospital donde se encuentra recluida Natalia Ponce de León y vieran
la situación en la que quedó, a ver qué opinan.
Los ataques con ácido no
son los únicos indicios que muestran el declive de nuestra sociedad; también observamos
con preocupación el aumento de los delitos de fleteo, hurto en las calles,
paseos millonarios, y el aumento del crimen producto de las bandas organizadas
de narcotraficantes, guerrilleros, y paramilitares. La corrupción política
campea como Pedro por su casa, la mermelada brota por todos los lados, las
corridas de toros siguen siendo legales, y la pobreza y la miseria siguen siendo
el pan nuestro de cada día en este país, a pesar de lo que afirman las cifras
oficiales.
¿Qué hacer? Yo pienso que
toca fortalecer la cultura política y cívica, revisar a fondo el tema educativo
en Colombia, y en general, replantearnos como sociedad civilizada. Los valores
que se enseñan en este país ya no sirven, a los niños y a los jóvenes les
compran un Ipad o un Ipod, o un Backberry, y los padres piensan que ya con esto
los están educando muy bien. “Mijo avíspese” es la consigna de educación en
este país, o sea: “Busque plata como sea”. ¿El resultado? Ataques con ácido,
hurtos, fleteos, paseos millonarios, pobreza, terrorismo, corridas de toros.
Se pueden endurecer las
penas, se puede imponer un sistema penal draconiano, pero las cosas seguirán
igual. Si no revisamos los valores que se transmiten en este país nuestra
sociedad seguirá enferma; enferma de materialismo, de mediocridad, de corrupción,
de inmoralidad.
A una señora, hace algún
tiempo, la violaron y mataron en el Parque Nacional, fue un crimen de alto
impacto, pero todos los días en Colombia siguen ocurriendo crímenes de impacto,
crímenes que no deberían ocurrir en una sociedad donde se respeta la vida, y
donde se respeta al otro, como ser humano; y no solo a los humanos, también a
los animales, y al medio ambiente. El problema es que en Colombia solo interesa
el bolsillo, la cheveridad, la cerveza, y punto. A los niños no se les infunden
valores, como el respeto, como la cooperación, como la fraternidad, como la
humanidad, como el cuidado del medio ambiente y los animales, no se enseña a
respetar al prójimo.
Se proponen pañitos de agua
tibia, reformas legislativas de pacotilla, pendejadas para calmar a la opinión
pública; pero las élites, las responsables de este debacle, no quieren asumir
el problema de fondo, porque saben que tocar el problema de fondo implica tocar
sus egoístas y mezquinos intereses, y eso no puede ocurrir. Las cosas seguirán
igual porque nuestra sociedad y sus líderes están enfermos, y no lo quieren
reconocer.
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