Hace como quince años que dicto clases en la universidad,
clases de derecho. Mis alumnos han sido jóvenes que han oscilado entre los
diecisiete y los veinte años, aproximadamente. Hombres y mujeres que se han
preparado para ser profesionales y que están saliendo de la adolescencia para
afrontar el mundo de los adultos.
Nunca he hablado de este tema tan de frente porque nunca lo
he creído prudente y porque creo que de cierta forma la labor docente está
enmarcada por una discrecionalidad parecida a la que deben tener los
sacramentos de la religión. ¿Estoy exagerando? Quizá.
Sin embargo, hoy hablo de los estudiantes por una sola razón:
para dar las GRACIAS. Dar las gracias a todos los alumnos que han tenido la
fortuna o el infortunio (de pronto más de lo segundo que de lo primero) de
tenerme como profesor. Como ya he dicho, y se lo he dicho a ellos, yo he sido
el más beneficiado de esta relación pedagógica, porque yo he sido el aprendiz
durante todo este tiempo de estos jóvenes que se están convirtiendo en adultos.
Yo he aprendido más de ellos que ellos de mí, sin lugar a dudas, me han puesto
en evidencia mis defectos, mis errores, mis dudas, mis temores, mis
indecisiones, mis imprecisiones, mis tormentos, mis obsesiones, mis odios, mis
amores… Todo, los alumnos han sido implacables conmigo, como debe ser todo buen
maestro. La relación pedagógica se ha desdibujado completamente y yo he sido el
alumno de mi alumnos, quizá el peor estudiante de mis estudiantes. Pero sí he
aprendido, ¿ser mejor persona? Desde luego, ¿ser mejor profesor? De pronto,
¿ser mejor abogado? A lo mejor; pero lo que sí he sido con toda seguridad, es
un ser humano más consciente, más consciente de mi humanidad, de mi
trascendencia, de mi mortalidad, de mi efímera vida. He aprendido a destruir mi
ego.
Gracias muchachos (niñas y niños) por sus preguntas, por sus
actitudes, por sus comentarios, por sus dudas, por sus críticas, por sus odios,
por sus indiferencias, por su cariño, por su solidaridad. Tener la oportunidad
de ser profesor le confiere al ser humano la oportunidad de dejar a un lado su
ego para darse cuenta que nadie es importante, y que todos caminamos por un
sendero llamado vida en el que nos acompañamos unos con otros y nos solidarizamos
unos con otros. Los roles (padre e hijo, jefe y subordinado, maestro y
estudiante) son solo eso: roles. Roles para que la sociedad funcione mejor,
para dividir el trabajo, para especializar el trabajo, pero eso solo sucede en
el mundo artificial de los humanos, para la naturaleza el hombre es solo otro
ser dentro del universo, como lo podría ser una roca, un pájaro, una nube, un
tigre, una flor, un río; el ser humano es solo otro componente del paisaje, que
muere, que nace, pero que solo pasa por acá de manera temporal.
Gracias a los estudiantes he comprobado eso; que no soy
importante, que solo soy un ser más dentro de la vida, dentro de la creación,
dentro de la existencia, que yo solo les ayudé a tener una experiencia más,
para equivocarse, para aprender, para reflexionar, o para simplemente detenerse
y decir: ¡Yo no creo en eso, son solo palabras!
¡Sí señores! Porque los profesores parloteamos mucho y muchas
veces los alumnos se interesan más por lo que no se dice que por lo que se
dice, a ellos les interesa muchas veces más el silencio que el ruido discorde
de lo que uno afirma con pretendida erudición; porque a los alumnos no les
interesa en últimas la erudición del profesor, a ellos les interesa lo que el
profesor les deja no solo con la palabra sino con el gesto o con la
intencionalidad del alma, es por eso que muchos profesores transmitimos
conocimientos pero no sentimientos, y los humanos se mueven más por esto último
que por lo primero.
No escribo entonces para decir que después de una larga
experiencia me deban rendir honores ni pleitesía inmerecida, no, escribo para
todo lo contrario para humildemente reconocer que todos los estudiantes que la
vida me ha puesto en el camino han sido mis más implacables maestros, y que por
eso les doy a las gracias a todos, sin excepción.
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