¿Para dónde vamos?


Al finalizar cada año hacemos un inventario de todo lo que nos pasó –bueno, malo o regular- y proyectamos lo que posiblemente será nuestra suerte en el nuevo período que comienza el primero de enero.

Todos tenemos un plan individual, uno familiar, uno social y nacional, y otro global. Todos queremos que nuestros sueños y deseos se hagan realidad en el nuevo año que comienza. Todos queremos lo mejor para el mundo, estoy seguro de eso –hasta los más despiadados y malvados lo desean, creo yo-. Sin embargo, y sin tener que acudir a oráculos, cartas astrales o tarots, ¿cuál es el futuro de nuestra especie a corto, mediano y largo plazo? ¿Qué será de nosotros como humanos en el futuro?

Algunos creen que el fin está cerca: los apocalípticos piensan así; otros proyectan que la humanidad pasará por momentos difíciles: hambre, sequías, guerras por los recursos naturales, violencia generalizada: estos son los pesimistas moderados; y otros opinan que a pesar de las adversidades la humanidad saldrá adelante y que nos espera lo mejor: una sociedad perfeccionada por los valores más elevados: estos son los optimistas o ingenuos poco informados.

Yo creo que el futuro no es algo fijo, que se pueda predecir matemáticamente, creo que lo construimos día a día, hora tras hora, segundo a segundo. Creo que nosotros –los humanos- tenemos una magnífica oportunidad de salvar al planeta Tierra, todavía, creo que los hombres podemos construir una sociedad pacífica, cooperante, fraterna, justa, ecológica, amorosa, todavía; sin embargo, la espada de Damocles se alza amenazante también; hay que estar en guardia, las fuerzas oscuras no están dispuestas a ceder terreno para satisfacer sus intereses egoístas. Esos intereses pueden provocar guerras, terrorismo, injusticias, conflictos, y esto depende de cuánta acción benéfica provoquemos todos.

Ahí está nuestro futuro: en nuestras manos; eso es lo grandioso de la vida: que es imprevisible, desconocida, misteriosa. Podemos rodearnos de amor y paz, o por el contrario, de miedo, odio y venganza. El futuro podría ser apocalíptico, pero no por esas profecías antiguas o nuevas, no, el futuro podría ser terrible por nuestras actuales acciones y pensamientos, no nos llamemos a engaño.

El mundo termina con cierta dosis de pesimismo, lamento decirlo. El Brexit, la elección de Trump en Estados Unidos y otras elecciones por ahí dejaron a varios preocupados. Yo soy optimista, confío en el ser humano y en su poder de llenarse y de rodearse de amor, creo que nuestra especie a pesar de los problemas hallará la luz al final del túnel, pero eso depende de nuestra acción; ningún extraterrestre vendrá a redimirnos, ningún superhéroe nos sacará de la mala, no señores, solo nosotros estaremos en la capacidad de mejorar nuestra vida, de hacer perfeccionar nuestro entorno. Nosotros somos esa bendición que tanto estamos rogando que caiga del cielo.

Vamos para donde nosotros queremos ir. El Apocalipsis, ese final ineludible por la Providencia, es opcional, pero podría ser en verdad una realidad si no tomamos medidas urgentes en lo individual, en lo social, en lo global. Varios líderes mundiales –entre ellos el papa Francisco- ya lo han dicho y proclamado a gritos: necesitamos un cambio en nuestra forma de relacionarnos como seres humanos y en la forma como nos relacionamos con la naturaleza.

Si no hay ese cambio, la realidad de los pesimistas moderados podría ser verdad: guerras, conflictos por los recursos, más terrorismo, más hambruna. Sin embargo, eso lo podemos revertir. Estamos a tiempo. Llenemos de amor nuestra vida primero que todo, luego, irradiemos ese amor hacia los demás, y por último confiemos en esa inteligencia superior, que podría ser Dios, o la divinidad para que nos guíe, para que nos proteja, para que nos llene de esperanza.

El individualismo, el miedo, el odio, el resentimiento, la violencia, los antivalores, el materialismo, el consumismo, el egoísmo, nos están matando, nos están llevando a ese Apocalipsis mitológico que se encuentra en la psique humana, porque todos le tememos al fin, al punto de no retorno, a la inexistencia, a la desaparición. Ese temor es precisamente el problema, es ese temor el que nos vuelve indiferentes al dolor ajeno (al humano y al animal), es ese temor el que nos hace ser violentos y acaparadores, es ese temor el que nos hace ser materialistas e individualistas. ¿Para dónde vamos? Para donde nosotros estemos dispuestos a ir, pero esa decisión es libre no impuesta, esa es nuestra responsabilidad, nuestro poder.

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