El destino


¿Existe? ¿Estamos atados a una fatalidad ineludible? ¿Nuestras vidas son simples representaciones histriónicas en una obra de teatro cósmica, cuyos libretos ya han sido escritos previamente? ¿Quién juega con nuestras vidas? ¿Acaso Dios? ¿Acaso el Universo? ¿Acaso la misma vida?

Los seres humanos, cada día, nos debatimos en esta incertidumbre, ¿somos esclavos del destino o somos dueños de nuestro propio futuro? Generalmente, la respuesta más apropiada y políticamente correcta es: no, no existe el destino, cada quien es dueño de su propia vida.

Para demostrar que sí existe la libertad, podemos hacer un ejercicio muy simple: pararnos en este momento, abrir y cerrar los ojos y volvernos a sentar, ¿eso fue destino? ¿Alguien previamente sabía que nos íbamos a poner de pie, cerrar y abrir los ojos, y volvernos a sentar? No lo sabemos, tal vez eso ya estaba escrito en nuestro destino; o tal vez, ya estaba escrito en mi destino lo que yo iba a desayunar hoy, o que iba a escribir este artículo. Quién sabe, los seres humanos pensamos que somos libres, pero tal vez no lo somos.

Como ya lo dije, esta situación ha atormentado al hombre desde que es hombre. Esta duda lo agobia, ¿soy totalmente libre? ¿Mis actos determinan mi vida completamente? ¿O existe una fuerza invisible que ya sabe lo que va a ocurrir? Los antiguos acudían a los oráculos, el más famoso el de Delfos, para descifrar la voluntad de los dioses; los romanos interpretaban los augurios, a través de los augures –más o menos eran unos brujos que se atrevían a dar una predicción-, en fin, la historia está llena de mecanismos que ha utilizado el hombre para conocer su destino.

Hoy en día, algunas personas acuden a tarotistas, agoreros, lectores de la mano, médiums, astrólogos, entre otros, para que les aclaren su futuro. Mucha gente cree que el destino sí existe y que ya está escrito. Si eso fuera cierto, ¿para qué nos preocupamos por vivir? ¿Por trabajar? ¿Por estudiar? Si ya todo está cantado, si ya todo está previsto, ¿para qué nos esforzamos? Si todo tendrá un final preparado con anticipación.

Obviamente, nos reímos de esa posibilidad, la del destino; y nos ponemos todos los días el overol de trabajo (es una metáfora, algunos no lo utilizan), y salimos a la calle a “construir” nuestro futuro. Sin embargo, con el paso de los años, recordamos situaciones que, a pesar de nuestra voluntad, desembocaron en desenlaces inesperados, pero perfectos.

Alguna vez recibí una llamada de alguien (no quiero mencionar ni quién era, ni para qué me llamó), y me hizo una especie de propuesta. En un milisegundo pensé en todas las posibilidades que implicaba decir “sí” a esa propuesta. Terminé tomando una decisión negativa, no quise irme por donde esa persona quería que yo fuera. Con el paso del tiempo, esa situación me generó una especie de remordimiento de conciencia, ¿por qué no hice lo contrario? ¿Por qué tomé una decisión en contra de mi propia voluntad y de mi propio querer? Después de muchos años, esa situación, esa decisión, afectó la vida de otras personas, no sé si para bien o para mal, el hecho es que afectó la vida de otras personas. Si yo hubiera tomado una decisión contraria en ese momento álgido, tal vez esas personas hubieran tomado rumbos diferentes, o simplemente sus vidas habrían sido otra cosa.

En un milisegundo sopesé diferentes escenarios, alternativas, caminos, opciones, y opté por dar una respuesta. Años después, creo que allí funcionó el destino y el libre albedrío. Nadie me obligó a tomar esa decisión, fui yo solo quien lo hizo; pero, al tomar esa decisión pude comprobar que el Universo se había construido perfectamente a partir de mi decisión, como si todo estuviera arreglado, como si la vida supiera que yo me iba a negar a tomar otro rumbo. Como si el destino supiera que yo iba a decir no. Eso es peor. La vida nos conoce, y por lo tanto ajusta el destino con nuestro libre albedrío, lo cual nos encierra en el mismo dilema con que comenzamos este escrito.

En la astrología Saturno rige el destino, es el destino. Para los griegos Saturno es Kronos, el tiempo, el papá de Zeus. Saturno es la ley, lo que sucede indefectiblemente. Es el karma, es el resultado de nuestras acciones. La astrología, al contrario de lo que piensa la gente, no es un mecanismo para predecir el futuro, y en eso discrepo de muchos astrólogos. La astrología es un medio que porta una verdad oculta. Los antiguos utilizaron la astrología para transmitir unas verdades, sin tener que explicarlas a voz en cuello y fiándose de la simbología. La astrología es una simbología. Y aquí viene lo bueno del cuento: Saturno representa el destino en la carta astral. Luego, ¿la astrología si cree en el destino? Sí y no, mejor dicho, el destino sería la organización del Universo producto de nuestras decisiones, por eso Saturno también representa el karma, las consecuencias de nuestros actos.

El Universo prevé todas las posibilidades –eso es organización-, y por eso, cuando tomamos una decisión, todo se construye a partir de esa decisión, sea importante o intrascendente. A través del destino el Universo nos recuerda que hacemos parte de la naturaleza, y que por muy libres que seamos, nuestras decisiones ya estaban previstas en la matriz de la existencia. Cualquier decisión que tomemos es prevista y el Universo ya sabe cómo responder. Sin embargo, esa libertad es relativa, porque la mayoría de las cosas que suceden en la existencia no dependen de nuestra voluntad: el Sol sale todos los días con o sin nuestra participación, la Luna hace lo propio y nosotros no tenemos velas en ese entierro. El agua moja, y eso es ineludible, la vejez llega y no se puede retardar. Todos somos mortales y estamos bajando por un tobogán que ya tiene un punto final; depende de nosotros si disfrutamos o no del viaje, eso sí depende de nosotros completamente.

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