Ser nadie


Nuestra sociedad busca obsesivamente el éxito, la riqueza, el poder, la fama, la aceptación de los demás. Vivimos en un mundo obsesionado con la competitividad, la ganancia material, el qué dirán. Todas nuestras estructuras educativas, políticas, económicas se basan en la búsqueda de este éxito.

Tener un lugar en la sociedad, dejar huella, ser famoso, ser apreciado o amado por los demás, ese es el objetivo de la gran mayoría de la gente. Así nos educaron, así nos adiestraron; todo gira en torno a este pretendido éxito.

“Quiero ser alguien en la vida”, esta frase implica: quiero tener un buen empleo, quiero tener mucho dinero, quiero tener poder, quiero ser reconocido por muchas personas, quiero dejar huella. Toda la vida nos la pasamos tratando de “ser alguien en la vida”; todos nuestros esfuerzos han estado dirigidos a que los demás nos vean como personas exitosas, triunfadores natos, ganadores; nuestra peor pesadilla es que nos etiqueten como perdedores o “losers” (como dicen los jóvenes de hoy en día). No, no podemos permitir que los demás nos etiqueten de esa forma, no somos perdedores, por eso compramos ropa fina, nos cortamos el pelo, nos maquillamos, vivimos en barrios exclusivos, trabajamos en empresas de renombre, aparecemos en los medios de comunicación, nos fotografiamos sonrientes en Facebook o en Instagram, nos casamos con gente bonita y exitosa como nosotros, etc.

Nuestra vida gira en torno a la opinión de los demás sobre nosotros. No queremos que los demás piensen que somos feos, o pobres, o solitarios, o que nuestro empleo no nos gusta, o que nuestra esposa(o) no nos gusta. No, deseamos que los demás nos admiren –o mejor aún, que nos envidien- por nuestra apariencia, por nuestra inteligencia, por nuestro dinero, por nuestro empleo, por los honores que hemos alcanzado. Vivimos constantemente tomando referencia de nuestra vida por lo que opinen los demás de nosotros.

¿Dónde queda la felicidad? ¿Somos felices viviendo de esa forma? Nuestra felicidad depende de lo que los demás digan de nosotros según esta forma de vida. No, no hay felicidad en este modus vivendi. Hay un éxito relativo, hay un poder relativo, hay una riqueza relativa, eso es todo lo que hay. No hay felicidad cuando dependemos de lo que digan los demás sobre nosotros, porque los demás siempre opinan lo que se les da la gana sobre nosotros. Podemos ser ricos o millonarios, y no faltará el que diga que hemos obtenido todo eso por medios ilegales. Podemos ser bellos y lindos, y no faltará el que diga que nuestra belleza es rara, casi fea. Podemos tener poder, pero no faltará el que diga que hemos llegado a determinada posición por rosca o por amiguismo. Siempre habrá opiniones negativas, siempre habrá envidiosos, siempre habrá pesimistas. La unanimidad sobre nuestro éxito siempre estará rota por algún comentario o posición divergente que no nos dejará vivir en paz.

En ese afán por el éxito no hay felicidad plena total, siempre será relativa a los halagos, a la lisonja, a la alabanza. Cuando no hay halago, o lisonja, o alabanza, comenzamos a sufrir, y si hay crítica, peor: el desastre.

La vida nos enseña a través de las derrotas y de los triunfos que la felicidad no es una situación objetiva, que no depende del exterior sino del interior, de nuestra propia subjetividad. Las alabanzas o las críticas solo nos afectan cuando nosotros permitimos que eso suceda. Nos sentimos bien con las alabanzas, nos sentimos mal con las críticas, sin embargo, eso es subjetivo, podría ser al revés, nadie nos impone que nos sintamos bien con el halago y mal con la crítica. Cuando descubrimos que eso es así, que nuestras reacciones son subjetivas, nos convertimos en seres libres, y por lo tanto en seres felices. 

Es difícil ser libre en un mundo como el que transitamos. Nos han educado para depender obsesivamente de los demás. Estamos más afuera que adentro. Nuestra subjetividad está hipotecada a la pretendida objetividad del mundo exterior. Solo utilizamos ropa que no nos cause malestar social, solo vivimos en lugares que causarían admiración en los demás, solo trabajamos en oficios permitidos por la opinión social: “¿Usted es poeta? Jajaja, haga algo útil”.

Sin embargo, solo vivimos en nuestro mundo subjetivo, el mundo exterior solo lo observamos a través de nuestros sentidos. Nuestro verdadero hogar es nuestra subjetividad y si no nos sentimos a gusto allí, pues somos infelices. Todo ese afán por ser alguien en la vida, por tener una posición en la sociedad, termina siendo un esfuerzo vano, inútil, estúpido. Los triunfos y las derrotas en el mundo exterior nos llevan hacia el interior de nosotros mismos y allí nos descubrimos como unos verdaderos fracasados cuando nos invade la ansiedad, la cólera, la depresión, el desespero, la angustia existencial, la sensación de vacío, el miedo, la rabia.

Mucha gente “exitosa” no duerme por las noches, tienen miedo de perder su fama, su nombre, su dinero, su posición social. No están en paz, eso los lleva a consumir droga, a tener aberraciones, a volverse seres bizarros, inadaptados. La sociedad los envidia por su éxito, pero en el interior están completamente destruidos.

En la soledad de nuestro silencio sabemos de verdad si somos exitosos, o si somos unos perdedores. Podemos estar llenos de medallas, o de dinero, o de fama, pero en el silencio, al estar solos es cuando realmente nos confrontamos a nosotros mismos.

Después de muchos viajes, de ir y venir, nos damos cuenta que la felicidad es realmente subjetiva; que la felicidad está adentro de nosotros y no afuera, que no depende de la opinión exterior sino de nuestra propia actitud ante la vida, que no es una suma de dinero, o un objeto, que es un estado de conciencia que se logra con disciplina, con contemplación, con discernimiento, con amor.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario