“El que nunca ha visto a Dios cuando lo ve se espanta”


Mi mamá –que en paz descanse- utilizaba mucho los refranes. Para cada situación de la vida acudía a estas frases populares o de sabiduría popular. Ella siempre concluía o resumía su visión de un problema con algún refrán. Yo terminé siendo como ella, cada vez que me ocurre algo acabo etiquetando el asunto con un proverbio o con una frase de sabiduría popular.

“El que nunca ha visto a Dios, cuando lo ve se espanta”, es una de esas frases que se ha acuñado a lo largo del tiempo y que se ha incorporado en el decir de la gente cuando alguien ha ascendido muy rápido en la escala social, cuando ha sido investido de algún cargo importante o cuando simplemente le ha llegado la fortuna económica de improviso.

Sin embargo, este refrán no se refiere a los “afortunados”, a los que “están de buenas”, alude al que estuvo con suerte pero presume de ello y se convierte en un fanfarrón, en alguien odioso, en alguien que reclama pleitesía de la gente. Piensa que ya ha tocado el sol con las manos; es el típico creído.

Hay muchas anécdotas de personas que no nacieron en la opulencia o en la riqueza y que a través del esfuerzo o de golpes de suerte se volvieron millonarios. Bien por ellos. Sin embargo, muchos de esos suertudos cambiaron o modificaron su personalidad y se volvieron insufribles. Conozco varios casos de ese talante.

Cuando Fulanito era pobre o no tenía ningún cargo importante saludaba a todo el mundo, era amable, sencillo, dicharachero, espontáneo, querido; pero solo fue que el dinero abarrotara sus cuentas bancarias para que Fulanito dejara de saludar, empezara a ver a los demás por debajo del hombro, o simplemente a hablar como si fuera noble de la corte de Luis XIV. Mejor dicho se volvió un “pión” completo, pero con plata o con posición laboral. A este tipo de personajes alude el refrán en comento.

Gente que no volvió a hablar con sus amigos de gallada, los que lo conocieron cuando no era nadie, los que le prestaron plata cuando aguantaba hambre, los que le ayudaron de mil maneras cuando era un ciudadano más de a pie. Solo bastó  que el señor, o la señora, o la señorita, obtuvieran un determinado cargo, honor o recibieran una cifra importante de dinero para que dejaran de frecuentar a esos amigos, para que dejara de meterse con ellos. “Ya no contesta emails de nadie” dicen de él o de ella; “ya no contesta mensajes por Facebook” afirman sobre él o sobre ella. “Ahora se cree muy importante” concluyen sus allegados, o los que lo conocieron, cuando –como dicen popularmente-, no era nadie.

“El que nunca ha visto a Dios, cuando lo ve se espanta”, mejor dicho, como siempre vivió en la pobreza, o en la normalidad, al enfrentar el éxito financiero, profesional o social, piensa que ya lo es todo, que es “la vaca que más muge”, porque no sabe manejar ese éxito; porque no sabe que la vida es un péndulo, y que nunca es siempre de día y tampoco es siempre de noche. No, la vida, el mundo, el universo, están llenos de contrastes, de paradojas, de contrarios, de opuestos. A veces se gana y a veces se pierde; la vida, a veces, le da a la gente muchas cosas para que tenga la oportunidad de ayudar a los demás, de repartir, de ser solidario. Y a contrario sensu, muchas personas pasan por penurias para aprender a vivir con simplicidad, con humildad, a ser felices con poquitas cosas, a aprender a sobrellevar crisis.

Qué lástima la historia que vi recientemente en los medios de comunicación, sobre la historia de un ejecutivo poderoso, que llegó a la cúspide de la pirámide social, que se comportaba como un faraón egipcio en el cargo que ostentaba. Era engreído, no cabía en su ropa; solo se codeaba con gente de plata, coleccionaba relojes y almorzaba en restaurantes de hoteles cinco estrellas nada más. De pronto, la vida le cambió a ese ejecutivo, y de la noche a la mañana terminó en la calle; terminó pobre, enfermo, solo y rechazado. Cuando había “visto a Dios”, era impotable, según afirmaban quienes lo conocieron cuando “estaba bien”; era el ejemplo típico del engreimiento; una vez cayó en desgracia, todo ese engreimiento, toda esa soberbia, se desvanecieron como por arte de magia, y el antiguo ejecutivo exitoso tuvo que salir a la calle a pedir limosna y a humillarse para sobrevivir.

Mi mamá era sabia, uno piensa que los papás a veces dicen tonterías, o son enchapados a la antigua; pero cuando uno ve ese tipo de casos en la realidad, piensa que los refranes que ellos repetían tenían algo de verdad; al fin y al cabo esos proverbios son la manifestación de la sabiduría popular, de lo que ha pasado siempre por los siglos de los siglos, de los defectos y virtudes de la humanidad, del drama del hombre a través de los años y de la épocas. ¡Qué linda eras mami, cómo te extraño! ¡Cuántas verdades decías!


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