Amo el teatro


A diferencia de otro escritor colombiano que aseguraba hace algunos años aborrecer el teatro –de manera sorprendente- porque el tipo es uno de los más importantes y destacados pensadores de nuestro país; pero como dicen, entre gustos no hay disgustos; yo sí adoro el teatro, me encanta; incluso, hace algunos días Cine Colombia me invitó a ver en pantalla grande la obra Medea de Eurípides en la versión del National Theatre de Londres. Espectacular, exquisita, impecable; esos son las adjetivos que se me vienen a la cabeza cuando recuerdo la experiencia de haber visto esta obra.

En el colegio tuve escarceos con el teatro, intervine como actor en algunas representaciones; y en general, siempre me ha llamado la atención ese mundo de actores, telones, escenarios, parlamentos, gestos exagerados, gritos heridos, llantos desapacibles, alegrías incontrolables. Porque eso es el teatro ante todo: exageración. Todo se exagera allí, el volumen de la voz, las gesticulaciones, los acentos, las expresiones del cuerpo. Y es curioso, porque precisamente esto es lo que le molesta a este “pensador” colombiano. El teatro –y no soy experto en este arte- representa la vida real pero de forma distorsionada, psico-dramática, simbólica, histriónica, subjetiva.

Antes de la llegada del cine, el teatro era la representación artística más parecida a la realidad. La imitaba, la sugería, la evocaba. El teatro tiene una magia única que solo entienden los que van a teatro; el tener contacto directo con los actores, oler el teatro, escuchar las voces, la música –cuando la hay-, sentir las emociones de los otros espectadores, sentir la energía del escenario.

El teatro es muy emocional, pero también muy infantil –como casi todas las artes-, por eso los niños son actores naturales desde que nacen; porque no tienen impedimentos psicológicos para expresar sus pasiones, sus tristezas, sus alegrías; con el paso del tiempo, la sociedad atenaza al niño en una prisión de prejuicios y de cómo deben ser las cosas. Le enseñan al niño a no ser original, a ser como todo el mundo, a uniformarse. En el teatro los actores vuelven a ser como niños, y los espectadores recordamos a través del teatro que también fuimos niños. Es probable que a ese pensador colombiano también le repugne el teatro por este motivo; porque volver a ser niños es peligroso; los niños son indefinibles, imprevisibles, y eso mortifica a mucha gente, a los poderes establecidos, al status quo; por eso tratan de unificar el pensamiento de los niños desde temprana edad, de manera urgente y precoz, para atenuar el peligro. El teatro nos recuerda que todos somos niños, que somos únicos, que somos peligrosos para el miedo, y que por naturaleza somos proclives al cambio y no al contrario. Eso es el teatro, por eso muchos revolucionarios han sido teatreros, por la naturaleza insurreccional del mismo.

El teatro No japonés es particularmente extraño; los actores –sin parlamentos aprendidos- tratan de comportarse en el escenario improvisando completamente. Peor aún, improvisando, como la vida. La vida es un gran escenario, es un macro-escenario; el teatro es un micro-escenario, una imitación -como ya advertí- de la existencia.

Molière, Eurípides, Shakespeare, Shaw; son algunos escritores que se han dedicado al teatro; a escribir obras para teatro; y qué difícil es escribir obras para teatro; porque debe describirse un drama o una comedia a través de parlamentos, y de acciones de los actores; complejo. Complejo es escribir teatro, o eso pienso yo por lo menos. Tal vez a ese pensador colombiano –que escribe ensayo y novelas- también le repugna el teatro porque no puede escribirlo, porque se le hace un arte difícil de construir. Por ese motivo, también amo el teatro, porque no cualquiera puede escribirlo, producirlo –o por lo menos no de forma digna-. La dificultad de escribir teatro radica en que debe imitarse la vida, con diálogos y todo, y eso solo lo pueden hacer personas muy sensibles, muy artísticas.

Hace algunos años, en un Festival Iberoamericano de Teatro; un amigo y yo fuimos a ver El señor de los anillos, pero en versión teatral. Los actores –ingleses ellos- imitaban a los hobbits caminando en las rodillas; como mi amigo y yo habíamos comprado unas boletas muy baratas, y nuestras ubicaciones estaban muy alejadas del escenario, pensamos que esos actores eran realmente personas de muy baja estatura, ¿de dónde habrán sacado tanta gente así? Nos preguntamos, sin saber que ellos realmente caminaban en las rodillas, pero por el efecto de la distancia no nos dimos cuenta de eso. Mágico; así es el teatro. El cine también me encanta, y creo que es por el teatro; porque el cine –y me señalarán con dedo acusador muchos- es un teatro filmado y más sofisticado; el cine es un teatro más moderno, más complejo, al que también adoro desde luego. Larga vida al teatro.


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