Dominación


¿Para qué queremos dominar a los demás? ¿Para qué queremos que ellos –las otras personas- hagan lo que nosotros queremos que hagan? El poder, la dominación, la subyugación, es un instinto natural del hombre, sin embargo, como todos los instintos, también debe ser moderado.

Desde que el hombre es hombre existe este instinto; los más fuertes han ejercitado esta tendencia y han logrado colocar bajo su bota a los más débiles. La historia del mundo no ha sido más que eso, contar cómo un grupo de humanos domina a otro grupo de humanos.

Los mecanismos para dominar han variado. Se ha utilizado la fuerza bruta, el poder físico, en primer lugar; después se ha pasado a mecanismos más sofisticados como la superstición, la leyenda, el miedo, y hasta los cuentos de hadas. En la modernidad, el control de los recursos naturales y de los medios energéticos han servido para ejercer poder sobre otras personas; y más recientemente, se está utilizando la tecnología, la informática.

La dominación –se ha creído siempre- está en los genes del hombre, en su configuración biológica hereditaria, en su esencia, ¿es eso cierto? Creo que el ser humano tiene muchas tendencias animales, es un animal más evolucionado, sin embargo, lo que lo hace proclive a la evolución, al desarrollo, es su conciencia. Los demás animales no tienen conciencia, simplemente actúan y ya; son esclavos de sus instintos.

El hombre, a diferencia del animal, puede modular sus pasiones utilizando su razón. Los animales son víctimas de sus tendencias naturales, no pueden hacer nada. El hombre no. Los seres humanos tenemos la fortuna –o el infortunio, según se vea- de regular esas pasiones, de imponernos sobre ellas.

El instinto de dominación lo tienen muchos animales, casi todos, incluido el hombre. Los animales simplemente actúan dándole rienda suelta a sus inclinaciones más primarias. El ser humano puede regular esas pasiones.

La dominación es lo que menos ha regulado el ser humano a lo largo de la historia, por eso las guerras, los conflictos, la injusticia, la inhumanidad. Darle rienda suelta al instinto de dominación no puede traer sino problemas. Ya nos estamos dando cuenta de esto, ojalá no sea demasiado tarde. Los animales no pueden destruir el mundo por culpa de ser víctima de sus instintos, a lo sumo pueden autodestruirse. Los hombres sí podemos destruir el mundo entero por culpa de nuestro instinto de dominación.   

La razón ha llevado al hombre a poner un ser humano en la Luna, a crear inventos espectaculares; pero también a crear armas muy sofisticadas, armas para matar en masa. Todo por el bendito instinto de dominación.

Si quienes mandan en el mundo no modulan este instinto podrían crear una verdadera tragedia. Su instinto los ha colocado en esa posición, pero ese instinto desbordado también puede ser su perdición y la de los otros seres de este planeta.

Subyugar, dominar, ejercer poder sobre otros, ¿para qué? Vuelvo a preguntar, es una tontería, no hay placer más grande que dejar a los otros ser como son; aceptar que todos somos diferentes pero con la misma esencia humana y espiritual; aceptar que la diferencia y la diversidad es la riqueza de nuestra especie. La unanimidad, la uniformidad es contra natura, no es humana. Dejemos que los otros hagan su voluntad, para que ellos también nos dejen vivir como nosotros queramos.

Vivamos en amor, vivamos en armonía, en cooperación, en paz, con los demás; ¿para qué dominar a los otros? Es casi que estúpido, es de tontos. Solo la armonía, la aceptación de la diferencia nos puede llevar a la plenitud de abundancia como especie, y eso se llama evolución; sofisticar los métodos de poder y de dominación es retroceder en el tiempo, es seguir siendo sub-humanos, cuasi-animales.  

La enfermedad de la humanidad es esa, no poder subyugar bajo la razón el instinto de dominación; la cura para esa enfermedad está en el amor, en la tolerancia, en la cooperación, en la colaboración, en la conciencia, en la felicidad. Los seres humanos felices no necesitan dominar a los demás; solo los amargados, los serios, los frustrados, no pueden reprimir ni modular ese instinto. Por eso, es obligación de los seres con conciencia, hacer caer en cuenta a los otros de su error; con compasión se puede lograr esto, sin violencia, sin grosería, con paciencia. El amor es más fuerte que el temor; el temor siempre lleva a querer dominar a los otros para que hagan nuestra voluntad.  





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