La ilusión de mandar sobre
otros, de influenciar sus decisiones, es solo eso: una ilusión. Desde que el
ser humano existe ha intentado controlar a sus semejantes, utilizando todo tipo
de mecanismos: la fuerza física, la superstición, el dinero, la esclavitud, la
extorsión, y hasta el espionaje –hoy electrónico y virtual-. El hombre no
conoce un solo día de libertad, sin estar bajo el yugo de alguien de su propia
especie. Existieron utopías, que incluso estuvieron muy en boga en los
comienzos del Siglo XIX, en las cuales se preconizaba la igualdad absoluta del homo sapiens. Esas utopías fueron el
sustento del materialismo histórico de Marx y Engels, el cual derivó en la
formulación de un nuevo paradigma de dominación: el socialismo.
Capitalismo y socialismo -desde
un punto de vista más amplio- tenemos que decir que ambos sistemas derivan de
la obsesión por el poder. El capitalismo hace énfasis en la libertad, mientras
que el socialismo hace lo mismo pero con la igualdad. Sin embargo, en ambos
sistemas hay dominación, hay ejercicio del poder. En el capitalismo se utiliza
la democracia para legitimar el sistema de poder imperante mediante elecciones
que en el papel parecen libres. En el socialismo puro, la democracia es
producto del sistema burgués, por lo cual se recurre a la dictadura del partido
único.
La obsesión por el poder es
casi enfermiza, psicótica. Todos los días observamos en los medios de
comunicación el enfrentamiento entre facciones supuestamente separadas por
ideologías, las cuales tratan de vender la idea de que lo hacen por altruismo,
por filantropía, por interés en el prójimo. Pero no, solo están pensando en
ellos mismos –por lo general, habrá casos que no-. Todo esto se conoce como el
“juego del poder”, ¡qué cinismo tan grande! Hablar de la dominación como un
entretenimiento, un juego, una diversión, cuando lo que está en juego son las
vidas de seres humanos reales y no de peones de madera en un juego de ajedrez.
La obsesión por el poder
llevó a Maquiavelo a escribir una cartilla dedicada a uno de los integrantes de
la familia Médici, en la cual le aconsejaba de manera cruda y descarnada la
forma de obtener ese poder y de cómo conservarlo. Hoy en día –por ejemplo- en
el mundo abundan las escuelas de Gobierno y de liderazgo, todo con el fin de
mandar sobre los otros, de ejercer influencia sobre los demás.
Algunos afirman, incluso,
que es mejor tener poder que dinero, y es verdad que algunas familias políticas
en el mundo después de haber acumulado un gran capital se dedican a la consecución del poder.
En Colombia, en el año 2014
observaremos por lo menos tres facciones políticas enfrentadas, todo por el
poder. Por un lado, el presidente Santos querrá reelegirse, acompañado de los
partidos que conforman la “Unidad Nacional”. De otro lado, el expresidente
Uribe y su “Centro Democrático” tienen el deseo de aguarle la fiesta al
Presidente. Y para rematar, el Polo Democrático, el Partido Verde, y los
Progresistas buscan con afán armar una “tercería” para aglutinar una coalición
de centro-izquierda que aproveche la división de la derecha.
La obsesión por el poder,
el deseo de mandar sobre los otros, el juego de la política, donde los
ciudadanos acuden a las urnas para satisfacer las necesidades psicológicas de
los poderosos. El poder debe estar al servicio de los demás, no para satisfacer
a quienes lo detentan. Mientras tanto, a través de los medios de comunicación
las personas comunes y corrientes acudimos como espectadores de esta puja, y
nos encanta, nos encanta ver esta lucha por el poder, ver a los poderosos
enfrentándose por mandarnos a nosotros.
En 2014, los que gozamos
con este juego, nos daremos un banquete, como un show que parece fantasía cuando
en realidad lo que se está decidiendo es el futuro de millones de seres
humanos.
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