Hace algunas semanas, cuando en Bogotá
volvieron a llevarse a cabo las corridas de toros, sucedió un hecho lamentable:
lo que era una protesta pacífica y organizada contra la fiesta brava degeneró
en desmanes, maltratos y desórdenes desbordados en plena vía pública.
Como defensor de los animales estuve de
acuerdo con la manifestación anti-taurina, perfecto. Pero, con lo que sí no
estoy de acuerdo ni estaré, es con la violencia, con la grosería, con la
altanería, con la chabacanería ridícula de utilizar la fuerza bruta para
imponer mis argumentos, eso es estúpido.
De otro lado, el alcalde de Bogotá Enrique
Peñalosa, en los siguientes días donde se volvieron a dar las corridas de toros,
decidió cercar a varias cuadras el acceso a la plaza de toros, y en un primer
momento prohibió las protestas de cualquier índole sobre este aspecto. Después
se echó para atrás, la decisión era absurda: restringir el derecho a protestar
es connatural a la democracia.
En Rumania, la gente en los más recientes
días ha salido a las calles a ejercer ese derecho: el de protestar. El gobierno
rumano está impulsado un proyecto de ley para legalizar varias prácticas que
han sido consideradas habitualmente como corrupción. El pueblo está harto de la
corrupción no solo en Rumania sino en el mundo entero, y cuando en todos lados
se imponen controles y penas más severas en torno a este fenómeno, en ese país
les dio por hacer las cosas al revés, o sea, permitir prácticas poco éticas que
podrían eventualmente ser delitos. Bárbaro.
Sí, el derecho a protestar es un derecho que
no se puede limitar –salvo cuando esas protestas degeneran en vandalismo y desmanes-,
y es un derecho que tampoco se puede suprimir. El mismo día en el que se
posesionó Donald Trump como presidente de Estados Unidos hubo protestas en
varias ciudades de ese Estado, incluyendo a Washington D.C, lugar de la
posesión presidencial. En el mundo entero también hubo protestas por la llegada
de este señor al poder.
La protesta es como se manifiesta el pueblo,
es como el pueblo demuestra públicamente –aunque suene redundante- su
descontento con los poderosos, con el poder, con los políticos, con el statu
quo. Es una especie de válvula de escape para que la gente exprese su rabia, su
inconformismo, su desazón. Lo pueden hacer a través de gritos, o de forma
silenciosa, o dejando de comer, o de trabajar; o también, absteniéndose de realizar alguna actividad:
como dejar de comprar carne, o leche, o gaseosa.
En las democracias la protesta pacífica debe
permitirse tanto pública como privadamente. Es algo esencial al hombre, el de
manifestar su enfado cuando no está de acuerdo con algo. El poder no puede esperar
que si actúa desbordadamente no obtenga respuesta por parte de los gobernados o
de los subalternos, o de los inferiores en cargos de dirección.
Todos los tratadistas y filósofos del
constitucionalismo liberal como Locke y Rousseau han abordado el tema de la
protesta y de la resistencia civil en las democracias. Para Locke, el pueblo
está en todo su derecho de ejercer resistencia civil si el gobierno se desborda
y se convierte en una tiranía; para Rousseau, como la soberanía reside en el
pueblo, este también tendría la facultad de pedir explicaciones a los
gobernantes y no solo mediante métodos burocráticos.
Protestar pacíficamente hace parte del juego
de la democracia, sin embargo, la gente confunde protesta con asonada, con
rebelión, con anarquía, con desorden, con violencia, con desgobierno, con terrorismo,
con guachada. No; protestar, alegar, pedir explicaciones a los poderosos, denunciar,
quejarse, es y hará parte de un gobierno auténticamente democrático. Es en las
dictaduras, en las sinarquías, en las oligarquías, en las aristocracias, donde
no se puede protestar de ninguna manera; pero en la democracia, esto es algo
natural, normal, elemental, sustancial, básico.
Bienvenida la protesta cuando esta es
creativa, constructiva, respetuosa, pacífica, civilizada, culta, y hasta
graciosa. Con lo que sí no coadyuvamos es con la ramplonería de destruir lo público
y lo privado para expresar mi inconformidad, eso es de rufianes, de gamberros,
de limitados en el entendimiento, de incultos, de salvajes.
Gracias a la protesta, el 20 de julio de 1810
nació un nuevo país que diez años después vendría a llamarse: Colombia.
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