Nuestros ídolos


Desde pequeños nos acostumbramos a idealizar a gente que no conocemos o que si conocemos no es necesariamente a profundidad. Puede, incluso, que nuestros ídolos sean personas conocidas: nuestros padres, nuestros tíos o primos, nuestros profesores, etc; sin embargo, debido a la cultura, a los medios de comunicación, hemos aprendido a idealizar, a crear ídolos, a venerar personas que no conocemos. Muchas de esas personas pueden ser figuras imaginarias, como superhéroes, como personajes míticos o ficticios.

Nuestros ídolos, a veces son gente que no conocemos, como jugadores de fútbol, actrices o actores, políticos, activistas medioambientales o sociales, cantantes, etc. De todo hay en la viña del señor para admirar. Como ya dije, nos acostumbramos a esa idealización, producto, a veces, del comercio, de la publicidad, de la economía del entretenimiento.

Las disqueras venden discos, basados muchas veces en la idealización que provocan en el consumidor de música. Los empresarios de los conciertos también. Esa idealización, esa mitificación de gente desconocida, es lo que se conoce en el mundo del entretenimiento como la fama. Esos ídolos que adoramos porque cantan nuestras tonadas favoritas, o porque participan en las películas que amamos, o porque juegan en nuestro equipo adorado, son nuestros pequeños dioses.

La industria del entretenimiento sí que saca partido de esa veneración, de esa deificación, de ese fanatismo. Producto de esto –como ya mencioné-, venden discos, venden boletas para entrar a cine o para ir a conciertos, venden libros, venden juguetes, venden afiches, etc. La industria del entretenimiento alienta este fanatismo y muchas veces crean ídolos con pies de barro. Gente que hacia afuera puede parecer tierna, amable, decente, pero que en la vida real es egocéntrica, malgeniada, egoísta o, incluso, poco humana.

Hay famosos de famosos; unos tienen imagen de queridos, de buenas personas, y son en realidad eso, queridos y buenas personas; sin embargo, hay otros, que tienen esa misma imagen, pero que en la realidad son una verdadera porquería.

Hoy en día con el internet se ha amplificado ese fanatismo, esa veneración por nuestros ídolos en el deporte, en el cine, en la televisión, en la política, en el arte, etc. Vemos esos ídolos como cercanos a nosotros; como si estuvieran a solo un paso de distancia, a una pantalla de distancia, cuando en la realidad pueden que estén físicamente muy lejos, y lo peor, pueden estar espiritualmente en otra dimensión.

La gente famosa es gente común y corriente, con defectos, con virtudes; son personas de carne y hueso, que dicen mentiras o que dicen la verdad, que son honorables o que no lo son, que son afables o que no lo son. Los famosos son personas comunes y corrientes; la única diferencia es que su nombre y su imagen son conocidos por mucha gente. Esa es la única diferencia con la gente común y corriente.

La idealización nos lleva a pensar a que esas personas son infalibles, que siempre están riendo, que nunca dicen groserías, que nunca son maleducadas. Algunos de esos famosos son más virtuosos que otros en su vida personal, pero definitivamente hay algunos famosos que son diametralmente opuestos a lo que la gente piensa de ellos. Una actriz muy hermosa, que es muy tierna en la pantalla, que parece no romper un plato; en la vida real puede ser una egocéntrica malgeniada. Sus fans se quedan con su imagen de niña buena, de mujer adorada; pero si supieran que no es más que una histérica insufrible, su grupo de amigos se reduciría hasta porcentajes mínimos. Pero así es la industria de la fantasía, del entretenimiento; venden ilusiones, venden sueños. Venden imágenes que muchas veces no corresponden con la realidad.

Queremos que nuestros ídolos se comporten con nosotros con educación, con amabilidad, con humanidad, con cariño, y hasta con amor; pero muchas veces no ocurre eso, y en menos de lo que canta un gallo nuestro ídolo pasa de la deificación al fastidio total. Por ejemplo, hay una presentadora y modelo (no digo el nombre) muy hermosa y muy famosa; sin embargo, nosotros los espectadores nos dimos cuenta de algo que le hizo a un novio suyo, una canallada. Esa presentadora pasó de ser  mi amor platónico a ser mi fastidio absoluto; tan es así que nunca quiero conocerla, ni siquiera para que me dé un autógrafo; fue tanto el fastidio que le agarré por haberle hecho -lo que le hizo- a un novio suyo, que mi imagen de ella no se fue al suelo sino al subsuelo. Hay otros ejemplos de esto mismo que me ha pasado con otros famosos, pero no quiero extenderme.

Nuestros ídolos; en la vida real su imagen puede corresponder con su personalidad verdadera, puede ocurrir, un aplauso para esos ídolos adorados, y los hay muchos. Pero también hay mucho petardo y petarda, con carita de “yo no fui”, pero que en la realidad son egocéntrico(a)s malgeniado(a)s insufribles. Y lo peor, a pesar de todo esto, y que los fanáticos saben como son, los siguen queriendo.

Pd: Un abrazo a mis fanáticos hermosos, yo sí los quiero mucho, un beso, ¡muah!

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