Fernando Vallejo


El escritor colombiano está radicado en México desde hace muchos años; viene de vez en cuando a su país de origen, a lanzar un libro, a dar una entrevista, a dictar una conferencia, a proferir algún discurso polémico. Vallejo es, sin lugar a dudas, uno de los mejores escritores que tiene nuestro país; aunque hace algunos años decidió renunciar –supuestamente- a la nacionalidad colombiana.

Así como los jueces se pronuncian a través de las providencias; los artistas lo hacen a través de su arte. Es verdad, muchos artistas causan polémica por afirmar verdades o mentiras que causan roncha en alguna gente; sin embargo, creo que los artistas no están para eso, creo que están para hacer lo que más saben: crear.

Hace algunas semanas, durante un encuentro relacionado con la cultura y la paz, a instancias de la Alcaldía Mayor de Bogotá, Vallejo se despachó con unas palabras que generaron controversia. Incluso, el propio Vallejo aseguró que ese encuentro no tenía ningún sentido.

Vallejo viene a nuestro país, a veces, a causar eso, polémica. Le gusta emitir adjetivos de grueso calibre contra todo el mundo, nadie se salva, los políticos, la Iglesia, y hasta los mismos artistas –hay que ver lo que ha dicho sobre García Márquez-.

No puedo asegurar que estoy totalmente en contra de lo que dice, porque Vallejo expresa muchas verdades, muchas mentiras, y muchos disparates. Los colombianos sabemos que nuestros gobernantes son en gran medida responsables de nuestra situación; nadie lo niega; pero entrar en el campo del insulto molesto, vulgar, al único que degrada es al que insulta. Decirle “granuja” a una persona es algo serio; no es como para sentirse alagado, y Vallejo lo ha hecho con muchas personas. 
  
En general, el Maestro –Fernando Vallejo- me cae bien, su amor por los animales es conmovedor; y su pasión por la lengua castellana es atrayente. Sin embargo, de ahí a que uno comparta todo lo dice o afirma, es bien distinto. Vallejo puede venir a Colombia y despacharse con uno de sus discursos mordaces las veces que se le vengan en gana, nadie le va decir que no lo haga, él es libre de hacerlo, por lo menos yo no se lo voy a prohibir.

Voltaire sentenciaba: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero daría mi vida para que lo dijera”; eso se le podría aplicar a Vallejo. No estamos de acuerdo con todo lo que él manifiesta; pero le damos el espacio y la libertad para que lo haga. Eso es democracia, eso es libertad, eso es tolerancia.

A Fernando Vallejo no le interesa vender libros –dice él- porque según otros ya tiene mucha plata –no me consta-. Entonces, ¿qué le interesa? ¿Por qué se manda con esas diatribas tan altisonantes? ¿Qué gana él con eso? Yo creo que lo hace por el simple hecho de hacerlo, de escandalizar, de hablar a grito herido para que lo escuchen, para decir: “Aquí estoy yo, mírenme”. Él mismo se autodefine como un excéntrico, como un iconoclasta, como un irreverente; y le encanta. Lo hace por el simple gusto de salirse de lo común, creo yo.

De otro lado, los que traen a Vallejo a dar esas charlas, lo hacen encantados porque generan publicidad para sus eventos, para sus lanzamientos, para sus promociones; ellos sí ganan con las diatribas de Vallejo. Entonces, esos discursos, que tienen mucho de razón, mucho de mentira, y mucho de disparate, terminan, a mi pesar, convertidos en espectáculos circenses.
¡Qué lástima! Un escritor de la talla de Fernando Vallejo compitiendo con la mujer con bigote, el hombre plástico y el payaso escandaloso (aunque quiero confesar que me fascinan los circos, desde chiquito). Nunca lo he leído – a Vallejo-, pero sí quiero hacerlo; vi la versión cinematográfica de su obra La virgen de los sicarios, y me causó angustia. En esa película se reflejan muchos de los sentimientos más entrañables del escritor antioqueño; su contradicción con la Medellín rezandera y conservadora de antaño, y su postura frente al debacle colombiano.

Los escritores queremos a Vallejo – incluido yo-, lo apreciamos, lo tratamos de estudiar y de comprender, pero sobre todo lo toleramos. No nos puede gustar todo lo que dice, ni la forma como lo dice, pero ahí está, diciéndolo, qué se le va a hacer. Irse lanza en ristre contra él es bobo, es inocuo, porque él seguirá hablando como se le venga en gana. Alagarlo incondicionalmente, es también bobo, es de lagartos, de lambones; el Maestro no necesita ni lo uno, ni lo otro, porque no le pone atención ni a los unos ni a los otros. Seguirá viniendo a Colombia con su verbo encendido e incendiario, molestará a unos, divertirá a otros, pero eso sí; su opinión saldrá comentada y descrita en los medios de comunicación masivos; porque de eso viven los medios de comunicación hoy en día, del morbo. El morbo vende y Vallejo lo sabe; por eso utiliza todos esos epítetos, adjetivos, palabrotas de grueso calibre; para salirse de la rutina, para encender los espíritus, para divertirse. Yo creo, en últimas, que Vallejo se ríe de mucho de lo que dice, que se divierte como niño chiquito; que se burla de todos nosotros, y como él mismo lo confesó en su última charla –o más reciente charla, para mostrar la inocuidad de sus pláticas-: “Yo no vengo a dar soluciones, porque yo no desarreglé esto”.  

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