Escribir para sí mismo


¿Para quién escriben los escritores? ¿Para el lector? Puede ser, pero también podría ser que no. Es innegable que muchos escritores llevan a cabo su actividad literaria para ganar fama y notoriedad –incluso dinero-, pero yo pienso que la mayoría de los que escriben lo hacen como una forma de satisfacer una necesidad psicológica.

¿Cuál necesidad? La de descargar en el papel lo que no pueden hacer de otra forma. Muchos escritores son tímidos, por eso plasman en sus obras –cuentos, novelas, o versos- palabras que no serían capaces de decir a voz en cuello. Otros son enfermos sexuales; para paliar su enfermedad desfogan en su obra lo que no pueden hacer en la vida real. Y así podemos continuar hasta el infinito, estudiando las aberraciones, limitaciones, y frustraciones de grandes artistas de las letras.

Escribir es una terapia, es una especie de relax, de catarsis misteriosa, en la que el compositor libera energías escondidas en su psique, en su subconsciente. El escritor busca hablar solo, y para no hacerlo con voz encendida, decide hablar consigo mismo por intermedio de un papel, en el que dibuja signos que tienen una connotación aceptada socialmente.

Porque el escritor ama hablar solo, por eso escribe; escribir es un diálogo unilateral, que eventualmente podría tener respuesta de algún lector indefinido e indeterminado. Voltaire decía que la escritura era un diálogo, pero no unilateral, el filósofo afirmaba que al leer a un autor se podía conversar con él, sin conocerlo.

Yo creo que no, creo que la escritura es una actividad solitaria, que requiere disciplina, y que termina siendo ejercicio de uno. ¿Pero si hay escritores que son leídos por millones de lectores? Alguien responderá, sin embargo, lo que lleva a escribir a esos autores no necesariamente es su impulso de socialización; todo lo contrario, puede ser la inevitable e irremediable ambición de autosatisfacerse.

El escritor quiere publicar, porque tiene remordimiento de conciencia, porque escribir para sí mismo suena muy egoísta. Él no sabe que el simple acto de crear genera en él felicidad, y que si él es feliz también podrá provocar felicidad en otros, y con eso está cumpliendo su cuota de aporte a la armonía universal.

“Yo escribo para entretenerme, para pasar el tiempo” dice Fernando Vallejo; yo creo que todos los literatos lo hacen para eso, pero él es de los pocos que tienen el valor de confesarlo.

La literatura solo atrae a los escritores porque es divertida, porque es juguetona, porque es emocionante; si fuera un trabajo común y corriente como los otros, no tendría ningún adepto.

J.D Salinger, uno de mis escritores favoritos, decidió un día dejar de publicar. Después de alcanzar la fama con El guardián entre el centeno se encerró en una casa campestre y no volvió a interactuar por escrito con nadie. Obviamente que sus obras anteriores al encierro continuaron divulgándose con generosidad, y el público siguió y sigue disfrutando de su literatura. Para 2015 se anuncia la divulgación de varias de sus novelas inéditas, de aquellas que escribió durante su jornada de ermitaño. Pero Salinger está muerto, y él no verá eso que tanto detestaba: publicar.

Si el escritor ejerce esta actividad, la de plasmar símbolos en un papel, para volverse famoso, o rico, creo que está incurriendo en un engaño; pero no un engaño hacia los otros, sino hacia sí mismo. Se está auto-engañando. Decide escribir para satisfacer su anhelo de brillo social, pero está perdiendo el tiempo en una actividad que es eminentemente individual, aislada. Quiere brillar sobre los demás para envanecerse, pero todo eso es inútil, porque toda fama y notoriedad es efímera, porque es subjetiva y limitada. El escritor que no escribe para sí mismo se está diciendo una mentira, se está estafando, porque la soledad de la actividad literaria es la esencia de este sacramento, de esta religión llamada literatura.

Yasunari Kawabata, el escritor japonés y premio Nobel, afirmaba que la literatura terminaría siendo una religión; yo estoy de acuerdo parcialmente, porque creo que ya lo es, y siempre lo ha sido. El escritor es un sacerdote, que busca trascender a través de este oficio sagrado, en el que se pone en contacto con el Universo a través de las palabras. Y eso, solo se logra pensando y actuando desde la soledad.   

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