El budismo en mi corazón


Vino a mi vida sin buscarlo, no me propuse volverme budista. Las religiones siempre me han interesado, por razones tradicionales, o quizás por tratar de encontrar la razón de la existencia. En mi caso, fui formado dentro de la doctrina de la Iglesia Católica, mi mamá iba a misa todos los domingos y yo casi siempre la acompañaba. En mi adolescencia comenzó una especie de crisis existencial, quise entender el misterio de la vida y mi formación católica no me ofrecía lo que yo buscaba. Empecé a leer libros de toda índole, entre ellos sobre: rosacrucismo, masonería, yoga, meditación, metafísica, etc, etc. Sin embargo, y a pesar que estaba dispuesto a explorar todo, el budismo no me atraía demasiado -sólo leí un par de libros de Lobsang Rampa-.

Todo cambió hace unos trece años, mi mamá en medio de un aburrimiento que la aquejaba por aquellas épocas compró un libro denominado “Vida, amor, risa” de Osho. El ejemplar lo dejó en su mesa de noche y yo lo tomé prestado. Leerlo me impactó, como le ha sucedido a muchísimas personas que han disfrutado de los discursos de este místico nacido en la India y que falleció hace unos veintitantos años. Mi curiosidad no quedó satisfecha y decidí leer más sobre el budismo zen. Osho hablaba sobre el zen, sobre el taoísmo, sobre el sufismo, y sobre otras tradiciones religiosas. Era una persona llena de libertad, y de amor por la vida, al final de su existencia terminó perseguido por sus ideas poco ortodoxas. Ése fue mi primer contacto con esta filosofía. 

El budismo fue fundado –si es que así se puede decir- 500 años antes de Cristo, en la India. El príncipe Siddharta Gautama nació en la opulencia, en la riqueza, era un hijo de un rey. Al nacer, un adivino le predijo a su padre que si el niño –el príncipe Gautama- tenía en algún momento contacto con la muerte, con la enfermedad, con la vejez, o con la pobreza, era probable que se convirtiera en un gran místico. El rey decidió recluir al príncipe en un palacio donde tenía acceso a todo tipo de lujos y de placeres. Con el paso de los años, al parecer a los veintinueve, el príncipe vio un cadáver, un anciano, un mendigo, y un enfermo. Esta visión le generó una crisis que lo llevó a dejar el palacio con todos sus lujos. Siddharta Gautama decidió irse con una secta de faquires, quienes ayunaban, meditaban, y se vestían con poca ropa. Seis años permaneció con esta secta, hasta que dados los pocos resultados en su búsqueda espiritual Siddharta decidió internarse en la selva y buscar solo la iluminación, la cual alcanzó años más tarde. El antiguo príncipe se convirtió en Buda (el iluminado). Posteriormente volvió al mundo común y corriente, y durante varias décadas profirió varios discursos.

El budismo es difícil de entender para las personas que nos hemos formado en la mentalidad occidental judeo-cristiana, ya que el budismo no cree en la adoración de un dios o de una imagen, y tampoco cree en la veneración de santos ni de entidades supraterrenales. El budismo es muy racional hasta cierto punto, aunque en el Zen precisamente lo que se busca es dejar la mente a un lado. Para el budismo la causa del sufrimiento es el apego al placer y la negación del dolor. Los hombres vivimos constantemente llenos de deseos que nos producen placer, ansiamos las riquezas, el sexo, el poder, la fama; el budismo dice que ésa es una de las razones del sufrimiento. La otra razón del sufrimiento es la negación del dolor. La vida de Buda ilustra la doctrina de esta filosofía, o de esta religión; en un primer momento él estuvo lleno de riquezas y de placeres, que le produjeron una insatisfacción; después pasó a auto-torturarse lo que tampoco le generó paz interior –el lado opuesto-, y por último se relajó, dejó que todo ocurriera, y al lado de un árbol encontró la iluminación. Ésa es la esencia del budismo, fluir con la vida. Los occidentales no queremos fluir con la vida, deseamos que la vida sea de una forma u otra y allí es donde nace nuestra miseria, en esa lucha innecesaria con la existencia. Buscamos el dinero, el poder, la fama, el sexo, para satisfacer nuestra inmensa necesidad de control y de poder; vivimos luchando contra el dolor, y esa lucha nos genera más sufrimiento.

Para el budismo la vida es esencialmente buena, pero, sólo podemos entender esto si dejamos la mente a un lado; la mente nos atormenta con culpas, con remordimientos, o con preocupaciones. Debido a esto, no somos felices, y vemos la vida de acuerdo al panorama que nos proyecta la mente. Para trascender esta condición el budismo propone el ejercicio de la meditación. En el budismo zen la práctica de la meditación se hace observando el cuerpo y la mente a través de lo que se denomina zazen (zen relajado o sentado). Una vez que dejamos la mente en blanco, podemos sentir que somos seres conectados con el universo, y que la esencia de la vida es buena; no sólo lo comprendemos intelectualmente, lo comprendemos vivencialmente.

Al morir mi mamá hace unos años mi conexión con el budismo se estrechó aún más, me ayudó a sobrellevar el dolor por la pérdida de mi madre, y a entender mejor el propósito de nuestra existencia. Algunos dicen que el budismo será la religión del futuro, ya que no es una filosofía mística o fantástica sino que está enclavada profundamente en la realidad, en el presente. Yo no busqué el budismo, él me encontró a mí, y es difícil ahora dejarlo de lado. Es una actitud ante la vida que requiere de disciplina, de amor, de compasión, de generosidad, y sobre todo, de coraje. Sólo los valientes deciden andar el camino interior, los otros se dejan llevar por lo que otros deciden para ellos.

Hace algunos años estuve en una charla que dio el Dalai Lama –que practica el budismo tibetano-. Dos recuerdos y lecciones me dejaron ese encuentro. Uno, el Dalai Lama se reía de los problemas técnicos de sonido que había en el auditorio, con una risa que le salía del estómago se burlaba del asunto. El budismo afirma que el problema no es la realidad, sino nuestra actitud ante la realidad. El Dalai Lama sin decirlo, ilustró esta enseñanza. Cualquier otro conferencista se habría indignado con esos problemas logísticos. Dos, al responder una pregunta sobre la violencia en Colombia, el líder espiritual del Tíbet cerró su charla se esta forma: “No importa lo que haya ocurrido en la pasado, lo importante es lo que cada uno haga con el tiempo que le queda antes de morir”. Ése es el budismo, ése es el mensaje del budismo: ser felices. A lo largo de los años nos han enredado con ideologías, y creencias erróneas, que lo único que han producido es tristeza y ansiedad. Volver a lo básico, eso es lo que pregona el budismo, la felicidad.

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