La Revolución del vinagre

Durante la Copa Confederaciones 2013 de la FIFA que se llevó a cabo en Brasil sucedió un hecho singular: una revolución. Se calcula que un millón de brasileños salieron a las calles a protestar.

En la inauguración de dicho evento, el presidente de la FIFA Joseph Blatter fue abucheado cuando trató de dirigir unas palabras a la concurrencia, acompañado de la presidenta Dilma Rousseff. Días después, comenzaron una serie de concentraciones en varias ciudades de Brasil.

Los manifestantes –en principio- reclamaban por el alza del precio del transporte público. Después se quejaron de múltiples problemas que los agobian. Para ellos, es injusto que el Gobierno y el Comité Organizador del Campeonato Mundial de Fútbol del 2014 vayan a gastar miles de millones de dólares para la realización de dicho certamen, cuando el país tiene un déficit en educación, salud, vivienda, etc.

Las protestas se llevaron a cabo durante varios días. Lógicamente hubo disturbios violentos que fueron controladas por la policía; también se anunció que hubo heridos y muertos. Los manifestantes se taparon los rostros con trapos que mojaron en vinagre, para detener los efectos de los gases lacrimógenos que disparaban los integrantes de los comandos antidisturbios. De allí el nombre de estas concentraciones: la revolución del vinagre. 

Brasil celebrará los dos eventos deportivos más importantes del mundo: el Campeonato Mundial de Fútbol en 2014, y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016. Lógicamente, los gastos son enormes. Allí viene una antigua polémica: ¿Es justo organizar estos eventos en países del Tercer Mundo?

Colombia renunció a la organización del Campeonato Mundial de Fútbol de 1986 porque el Gobierno colombiano de aquel entonces –encabezado por Belisario Betancourt- alegó que ese dinero (el que se gastaría en el Campeonato) se destinaría a hospitales, escuelas, y otros programas sociales. El presidente de Colombia declinó que el país fuera la sede de este certamen.

La polémica sigue a la realización de estos eventos. En Sudáfrica algunos alegaron lo mismo en 2010. Varios periodistas, que cubrieron la Copa Mundial se encontraron con una nación pobre, muy lejos de ser un país desarrollado.

Por otro lado, están los amigos de estos certámenes. Ellos argumentan que estos campeonatos generan empleo, imagen, e inversión en centros deportivos. La cuestión es que muchos ciudadanos de Brasil están enfadados, incluso se han autoproclamado como “indignados”. Ellos no son enemigos del fútbol, pero quieren que su Gobierno escoja mejor sus prioridades.

El rey Pelé, uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, apareció en los medios de comunicación tratando de aplacar a la gente. De otro lado, la presidenta Rousseff propuso el llamado a un referendo para llevar a cabo una reforma política. La gente sigue enfadada, es posible que esta indignación no tenga continuidad en el tiempo por cansancio y por falta de consecución de objetivos claros, pero se ha dado un campanazo de alerta.

De forma paralela, el gobierno de Grecia trató de cerrar el canal de televisión público; pero, frente a los reclamos de la gente, la decisión al parecer se reversó. Varios analistas afirman que la crisis económica de Grecia comenzó cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Atenas hace algunos años.

Es cierto, estos certámenes deportivos orbitales generan beneficios. Los patrocinadores invierten en el país sede del evento; se construyen estadios, coliseos, se genera una vitrina para el país sede, y esto atrae al turismo. Pero también es cierto que el palo no está para cucharas. El último informe de la FAO indicó que aproximadamente 868 millones de personas están subnutridas en el mundo, esto es, que no tienen para comer, que aguantan hambre. ¿Cuánto dinero vale alimentar a estas personas? Varios millones de dólares, sin embargo, creo que si se saca de aquí y de acá, se podría reducir esa alarmante cifra a cero. Pero no, parece que la indiferencia, la avaricia, el egoísmo, y los instintos de dominación pueden más.


Comparto y entiendo los reclamos de la población brasileña, creo que son justos sus alegatos. Vivimos en un mundo dominado por la locura, lo que sería justo es tachado de utópico; mientras que la injusticia y la desidia son etiquetadas como muestras de progreso y de crecimiento económico. Los valores están subvertidos totalmente. La gente está hipnotizada. Sin embargo, creo que la revolución del vinagre es una muestra que no todo el mundo está padeciendo de esquizofrenia colectiva. 

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