El
año pasado en Colombia fijaron un nuevo tributo: el de las bolsas plásticas.
Cada vez que uno va a un supermercado le
cobran treinta pesos por llevar una bolsa. En un supermercado, sin embargo,
hace poco me cobraron cien pesos por la dichosa bolsa. Es verdad, treinta pesos
no es mucho, o cien tampoco, es lo que vale comprar un dulce por la calle (para
que los extranjeros se hagan una idea de a cuánto equivalen cien pesos). Es
poquito, lo sé, pero el problema no es ese, el asunto es pagar por una bolsa, o
mejor dicho, la razón por la cual cobran el tributo es lo indignante.
Según
afirma el gobierno colombiano, el tributo tiene como objetivo desestimular la
utilización de bolsas plásticas en los supermercados, tiendas de barrio y en
general en el comercio. Las bolsas plásticas –según el Gobierno- terminan
muchas veces en los ríos o en los mares, y estas acaban enredándose en
animales acuáticos como las tortugas marinas. Según los fundamentos de este
impuesto, decenes de miles de tortugas marinas –y otros animales- se mueren o
se hieren por culpa de estas dichosas bolsas plásticas que llegan al mar. Mejor
dicho, la razón para que yo, que vivo a 2.600 metros sobre el nivel del mar,
pague treinta o cien pesos por una bolsa plástica es porque eventualmente esta
podría terminar matando a una tortuga marina en el océano Atlántico o Pacífico,
o en ambos. Fuera de eso, las bolsas plásticas tardan mucho en descomponerse y
eso genera “basura” o contaminación no degradable.
Estoy
de acuerdo en proteger a los mares, a los animales acuáticos, en no tirar
basura, pero esto ya raya con la estupidez. El año pasado el gobierno
colombiano recogió más o menos 6.500 millones de pesos por este impuesto. Pues
claro, la gente en toda Colombia necesita llevar las dichosas bolsas plásticas
para hacer mercado: las abuelitas, las señoras, los señores, los jóvenes, los
niños, yo, todo el mundo necesitamos de las bolsas plásticas para llevar
nuestra comida a la casa. Las bolsas plásticas son necesarias. Alguien sin
embargo podría responderme: pues utilice las bolsas de tela. Sí, pero no
siempre uno las porta, o no cabe todo lo que uno lleva, o simplemente no tengo
una bendita bolsa de tela.
Lo
cierto del caso es que la relación cobro del impuesto y la contaminación de los
mares no la veo tan clara. ¿Por qué más bien no dejan de tirar las bolsas al
mar o a los ríos? Es sencillo, no tiren la basura –especialmente las perversas
bolsas- al océano, es así de simple. Las tortugas marinas no reciben un solo
peso por el impuesto que la gente le paga al gobierno colombiano por la
utilización de las bolsas. Las tortugas marinas no reciben un peso como
indemnización por haberse alguna vez enredado en una bolsa plástica. No, no
reciben ni un céntavo. Pero eso sí, se sentirían muy bien si simplemente no
arrojaran esos utensilios al mar. Fácil.
Mucha
gente se siente bien pagando este impuesto, me imagino: están contribuyendo a
que las torutgas marinas no se enreden con las bolsas. Están haciendo lo correcto,
de un lado pagan el impuesto y de otro lado contribuyen al medio ambiente.
¡Pues no! No se dejen engañar, no están contribuyendo al medio ambiente, están
contribuyendo al erario, al gobierno, y a la administración de Hacienda a bajar
su déficit, solamente. Los 6.500 millones de pesos que recogió el gobierno de
Colombia no van a parar a los bolsillos de las tortugas marinas, van a parar a
otros bolsillos; me imagino que la eficiente adminitración pública sabe cómo
invertir esos 6.500 millones de pesos, para que la plata no se vaya en
corrupción, en pendejadas, o en burocracia. Claro, el ciudadano de a pie confía
en que al pagar los treinta pesos de la bolsa plástica ese dinero llegue a las
costas colombianas, y allí, por arte de magia le llegue ese beneficio a las
pobres tortugas marinas.
No
señor, yo no me como ese cuento. El asunto, como ya dije, es simple: NO tiren
las bolsas plásticas al mar, punto. Fuera de eso, si las bolsas plásticas no se
degradan como basura pues utilicen las bolsas plásticas con segundos usos o
terceros usos, como por ejemplo crear energía, como hacen en Suecia o en
Noruega. Pero no, aquí en Colombia nos meten un impuesto con supuestos fines
altruistas, cuando en realidad esos fondos terminan inviertiéndose para otras
cosas o para otras cuestiones menos filantrópicas. Ni hablemos del dichoso dos
por mil que se decretó hace como diesiciete años para supuestamente aliviar la
situación de los damnificados del terremoto de Armenia; ese impuesto terminó
metamorfoseándose en cuatro por mil y por obra y gracia del Espíritu Santo no
llegó a los damnificados -presuntamente- pero sí al sistema financiero.
No
hay que abusar de la gente, no hay que engañar a los gobernados, no hay que
manipular sus mentes. Otro impuesto que también nos trataron de meter, pero no
pudieron, fue el de las bebidas azucaradas, porque “el azúcar mata a la gente”.
Claro, el azúcar mata cuando se consume en exceso, como lo hace cualquier
alimento que se consume en exceso. Es de sentido común. Sin embargo, para
sacarle plata a la gente se inventan fines loables, altruistas, porque los
sicólogos del control de masas se han dado cuenta que la gente responde
afirmativamente a los estímulos positivos y responde mal a los negativos.
Imponer un impuesto genera desconfianza, malestar y rabia, entonces, para
disminuir esas reacciones se inventan fines “buenos”, “correctos”, para aliviar
esa rabia, esa respuesta negativa. Así nos manipulan.
“El
diablo haciendo hostias” afirma el dicho; sí, los poderosos aprovechándose de
la gente. Como con el miedo, con la coerción es más difícil controlar a la
gente, ahora lo hacen con politicas light, con políticas edulcoradas, con
políticas maquilladas de conductas morales. Van a la psiquis del ser humano y
lo hacen sentir bien. Pues a mí no me engañan. Si quieren proteger a los
océanos no boten la basura a estos, controlen a los mega-depredadores del medio
ambiente: todos sabemos quiénes son, y no nos metan los dedos en la boca con
impuestos “moralmente correctos” pero que en realidad no lo son, y que por lo
tanto, terminan siendo lo contrario: inmorales. Eso incluye subirle al IVA, de
hecho el IVA es regresivo (pero esa es otra discusión), imponer cargas por consumir
azúcar, o hacia futuro imponer tributos por arrojar dióxido de carbono en
nuestro proceso de respiración, o las dichosas bolsas plásticas que
supuestamente –me imagino que sí- están atormendando a las queridas tortugas
marinas. Ellas quieren que las dejen en paz y nos las maltraten, y que en nombre de ellas no se cobre plata para
solventar los déficits fiscales de los gobiernos ineficientes y paquidérmicos.
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