El poder del pueblo


Muchos están asustados, otros parecen desconcertados: el pueblo está tomando decisiones. ¿No es lógico que en países donde supuestamente impera el régimen democrático eso sea normal? Pues no, porque hasta ahora hemos vivido –en esos regímenes democráticos- una democracia (valga la redundancia) en el papel, de mentiras, una democracia de fachada.

Desde el siglo XVIII Occidente se embarcó en la implementación del sistema democrático liberal: el libre mercado, la protección de la propiedad privada y la elección de los gobernantes a través del voto popular. El iluminismo trajo consigo avances que llevaron al auge del modelo de desarrollo capitalista, y con él, el nacimiento de su opuesto: el socialismo.

Capitalismo y socialismo han caminado de la mano –y en teoría en discordia- bajo el paraguas de regímenes democráticos y de dictaduras. Países capitalistas aupados por dictaduras (recordemos el Chile de Pinochet), y países socialistas donde han funcionado regímenes democráticos (el mismo Chile, pero de Allende).

La democracia no ha funcionado como debiera, los índices de pobreza mundiales son alarmantes, los índices de desigualdad social son de no creer, y aún viven en el hambre 790 millones de personas. Algunos atribuyen este mal a la no-democracia, a los regímenes dictatoriales, y a los “populismos”.

Sin embargo, en países que son potencias –por lo menos en el papel- la situación es preocupante, si no miren lo que ha sucedido en Estados Unidos cuando el shock en su bolsa de valores en los años 2007 y 2008 casi amenaza con quebrar la economía mundial.

En 2016 el Brexit, movimiento ciudadano que sacó al Reino Unido de la Unión Europea disparó las alarmas globales: en la cuna del liberalismo político la democracia contradijo el movimiento de lo “políticamente correcto”. Este fenómeno –el del Brexit- fue subestimado, o ha sido subestimado: los británicos votaron engañados, eso es populismo puro, la gente es bruta.

Otro golpe populista abofeteó la política mundial: ganó Trump. Y los genios liberales –y otros no tan liberales- explicaron el fenómeno de la misma forma: populismo, brutalidad y engaño.

Pues señores, ni el Brexit ni el ascenso de Trump se deben a la ignorancia o brutalidad de los votantes, o al avance del populismo de derecha. Se debe a que la gente está tomando decisiones, y no necesariamente las decisiones que desea la élite: seguir en la Unión Europea o votar por Hillary Clinton. No, el pueblo se está pronunciando. Eso asusta a muchos. Sobre todo a los poderosos.

La gente ya no se está dejando engatusar, la gente ya no come de la propaganda ni de la manipulación mediática, la gente se está despertando. Eso está disparando las alarmas, obvio, el sistema democrático que ayudó a muchos a llegar a la cumbre de la pirámide social ya no está sirviendo para satisfacer las necesidades colectivas; la gente quiere democracia, pero democracia de verdad.

Explicar los fenómenos del Brexit o de Trump como de derecha es equivocado. De hecho, la izquierda y la derecha ya no existen, esas fueron invenciones de la Revolución francesa pero no sirven para describir lo que está pasando ahora. Hay un avance pero no saben cuál es, pero yo sí sé cuál es: se está desplomando un sistema y está emergiendo otro.

Tratar de explicar o describir la realidad con términos del siglo XVIII es absurdo. El fenómeno de Trump no es derecha, el fenómeno del Brexit no es de derecha, y tampoco es de izquierda. Son fenómenos populares donde la gente está tomando decisiones, y no precisamente las que la élite desea. Eso asusta, es cierto, pero es que la gente se cansó de aguantar hambre, de vivir sin empleo, de vivir en la miseria, de no tener salud, de no tener educación, y también se cansó del terrorismo, de las guerras, de la corrupción, de la injusticia, todos estos fenómenos originados en el anterior sistema, en el que está muriendo.

Como decía un antiguo lema de una campaña política colombiana: “Llegó el tiempo de la gente”, aunque antes esto era simplemente retórico, ahora es verdad: llegó el tiempo del pueblo; y ya era hora que llegara. Esto asusta, pues claro, porque es algo nuevo, ahora la gente se empodera de su vida, de su entorno y no depende de las decisiones sesgadas, exclusivistas y excluyentes de una minoría: el pueblo está despertándose.       

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