La abundancia para el Zen


Todos los seres humanos queremos ser felices, vivir plenos, llenos de riquezas, de salud, de amor, de éxito, de fama, de poder. Para el Zen –para el budismo, en general- ese es el problema. Vivir apegados al placer y rechazar el dolor es la causa del sufrimiento.

El budismo Zen no afirma que el dolor es bello –deseable-, o que debamos procurarnos el dolor, no, lo que expone esta práctica espiritual es que el dolor y el placer hacen parte de la vida, ambas experiencias son inevitables. El problema es la actitud subjetiva frente al dolor y frente al placer. Si rechazamos el dolor, sufrimos; si nos apegamos al placer, sufrimos.

La única forma de ser felices es no rechazar el dolor y no apegarnos al placer. ¿Cómo hacerlo? Nuestra mente está continuamente criticando, deseando, juzgando; “esto es malo”, “esto es bueno”, “quiero esto”, “no quiero esto”; la mente es como una cotorra, vive preocupándose, vive sentenciando, vive culpando. Por eso, uno de los objetivos del Zen –si es que no es el único- es silenciar la mente.

La mente vive imponiendo una serie de condiciones para ser felices. Nosotros tratamos de satisfacer los deseos de la mente. Por el otro lado está la vida real, en la que hay placer y dolor. La mente choca entonces con la vida real. Esto es lo que genera un fraccionamiento en el ser humano. La única forma de ser felices es no vivir fraccionados, ¿y cómo lo hacemos, si la mente es la que causa este fraccionamiento? A través de la meditación.

La meditación es una técnica utilizada para silenciar la mente, para aquietarla. En el Zen se utiliza el Zazén para lograr esto. Sentarse y no hacer nada, ese es el Zazén. Cuando se logra aquietar la mente podemos tener contacto con nuestra propia esencia silenciosa, con ese infinito océano silencioso que habita en nuestro interior, con nuestro ser verdadero. Esa es la abundancia para el Zen.

La paz interior, la iluminación, es el objetivo y la práctica del Zen. Pero si somos pobres, ¿cómo podemos ser felices? Para el Zen, la riqueza y la pobreza material son indiferentes, son lo mismo. Hay personas que son ricas y no son felices; hay personas que no son ricas, pero que son felices; lo mismo se podría predicar a contrario sensu. Para el Zen el dinero es importante porque nos permite comer, vestirnos, movilizarnos, etc; pero no lo toma como un objetivo principal.

La riqueza material es un medio, no un fin en sí mismo para el budismo. Sin embargo, el Zen nos dice que el mundo material es un reflejo de lo que tenemos en la mente. Si hay sufrimiento es porque nuestra actitud interna frente al mundo es muy negativa. Solo hay que cambiar nuestra actitud interna para parar el sufrimiento.

En el mundo siempre habrá dolor y placer, es como el día y la noche, o el frío y el calor, es inevitable. Sin embargo, podemos tener una mejor actitud frente al dolor y frente al placer. La mente impone condiciones, es una dictadora; cuando no está callada solo emite juicios de valor: bueno, malo, regular. Para poder tener una mejor actitud frente al mundo tenemos que acallar la mente. Cuando se acalla la mente las cosas simplemente suceden en el mundo, y ya. Mantenemos una paz interna imperturbable.

Los seres humanos piensan que la felicidad es satisfacer el ego. El ego es nuestra falsa imagen creada por la mente. Si hay placer todo va bien, si hay dolor hay tristeza. Pensamos que la felicidad es una continua suma de placeres asociados a la riqueza material, a la fama, al poder, al sexo, a la aceptación por parte de los demás. Cuando no hay de eso, sufrimos, nos sentimos fracasados. El problema es que la vida es así. A veces hay dolor, a veces hay placer. Solo quien ha aquietado la mente no sufre con estos cambios; cuando la mente es un ruido continuo hay sufrimiento.

La abundancia para el Zen es subjetiva. No es una cantidad de dinero, no es una acumulación de posiciones o de títulos. Es una actitud ante la vida basada en la aceptación; no es resignación –porque esta palabra tiene una connotación negativa-, sino que es una aceptación armoniosa, pacífica. Es una aceptación, es una rendición frente a la vida, es estar acordes con el río de la vida como lo dirían Hermann Hesse y Lao-Tsé.    

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