Mucha gente


El debate sobre la superpoblación del mundo vuelve a estar sobre la palestra. Que hay mucha gente en la Tierra, que los recursos no alcanzan, que el planeta se está destruyendo por culpa de esa superpoblación. Todas estas preocupaciones vuelven a estar vigentes, ahora más que nunca.

Sí, somos un poco más de siete mil millones de personas; que tenemos que comer, que tenemos que ir al baño, que tenemos que educarnos, que tenemos que ir al médico, que tenemos que vivir en una casa, que tenemos que trabajar, que tenemos que vivir.

Por allá, a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, vivió un clérigo anglicano de apellido Malthus. Este señor afirmó que llegaría un momento en el cual los recursos naturales no alcanzarían para alimentar a tanta gente, porque según él, la población se multiplicaba de manera geométrica, mientras que los recursos solo aumentaban aritméticamente; esto es, que llegaríamos a una situación límite para satisfacer las necesidades de todas las personas que viven en el planeta Tierra.

Desde ese momento, desde las teorías de Malthus, los gobiernos y los políticos han venido preocupándose cada vez más por este asunto. Incluso, las teorías de la conspiración afirman que la superclase, la superélite que gobierna al mundo, está dispuesta a reducir ese número de personas por lo menos a la tercera parte a partir de guerras, pandemias, hambrunas, terrorismo, cataclismos climáticos, etc.

Todo parece lógico; si hay demasiada gente y los recursos se están acabando, pues acabemos con todas esas personas. Es lógico, pero es inmoral y hasta descabellado. Yo creo que el problema no es el número de personas que habitan el planeta, yo creo que el problema es la actitud de las personas que habitamos la Tierra.

Obviamente, en un sistema de convivencia como el que funciona actualmente, que se basa en la competencia, en la dominación, en la avaricia, en el egoísmo, en el acaparamiento, pues es elemental que llegará un momento en el que “no habrá cama para tanta gente”. El sistema de convivencia humano actual es incapaz de darle de comer a siete mil millones de personas, porque es un sistema artificial y equivocado. Es el sistema que ha preponderado en la humanidad desde sus comienzos.

No estoy hablando de socialismo, o de capitalismo, o de comunismo, o de anarquía, estoy hablando de humanismo, de cooperación. El poder global se está centralizando, las superpotencias compiten por liderar este proceso; sin embargo, para detentar este poder deben recrudecer el sistema de competencia, de monopolios, de acaparamiento, de avaricia. Compartir –para ellos- es perder poder; cooperar –para ellos- es perder poder. La consigna en este mundo es la siguiente: supervivencia a cualquier precio o muerte. 

Si así están las cosas, pues estamos mal. De ahí las crisis que nos aquejan. Los superpoderosos temen perder su poder, para ello buscan agrandar sus posibilidades de alcanzar más control. El control, el poder, todo con el ánimo de sobrevivir, por encima de los demás.

Qué posición más equivocada es esta. Pero así está el mundo. ¿Cuál es la alternativa? ¿Seguirle la cuerda a los que están equivocados? Claro que no. Si los poderosos comienzan a darse cuenta que la cooperación es la clave, se acabarán las preocupaciones por la superpoblación mundial, más aún la superpoblación será la clave para la prosperidad sin límites.

Bueno, ¿y cuando haya tanta gente en el mundo? ¿Y no quepamos todos? ¿Qué pasará? La respuesta ya tiene solución: el espacio exterior. Para cuando la Tierra se quede sin espacio, el hombre ya habrá podido explorar y colonizar otros planetas y lunas en el sistema solar, y en otros lugares. Por espacio no nos debemos preocupar porque el espacio es infinito, ilimitado. Todavía faltan muchos años para que eso ocurra, por lo menos un siglo o más. De aquí a allá, la tecnología espacial habrá dados pasos gigantescos.

En un lugar con tanta gente, toca aprovechar esa cantidad de personas. El Planeta no debe ser explotado con el único fin de obtener ganancias, debe utilizarse para el mantenimiento sano de sus habitantes; es por eso que la convivencia pacífica no solo debe ser con nuestros semejantes humanos, sino también con nuestro entorno ambiental, incluidos los animales. La respuesta para la prosperidad sin límites está en lo que le preocupó a Malthus hace siglos: la superpoblación.       




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